21/2/2023

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Con qué dolor de cabeza he despertado hoy. Era insoportable. Menos mal que no llegaste a probar este vino, con lo que odiabas despertar al día siguiente con resaca. Aunque en el fondo admito que tal vez me pasé un poco. Te habrías enfadado conmigo, lo sé. Pero no te preocupes, no me malinterpretes. No me he echado a la bebida. Hasta ahora no lo había necesitado. Pero llegar aquí, con tantos recuerdos, con mis sentidos despertándose a la mínima, percibiendo estímulos engañosos, me está costando sobrellevar la situación.

Me he sentido avergonzado, también, al ver que eran las doce del mediodía cuando he conseguido despegarme de las sábanas. Como si volviera a la universidad, a un viernes después de salir de fiesta. Ni siquiera he desayunado. Saliendo de la habitación, he esquivado con la mirada el armario donde está tu ropa, como llevo haciendo desde que llegué. Me he sentado en el sofá, que ha crujido bajo mi trasero como si suplicara que por favor lo dejara respirar. Me he quedado unos minutos sentado, contemplando la televisión apagada, que reflejaba mi silueta, algo borrosa. Cuando al fin me he decidido a levantarme, me ha parecido ver un movimiento por el rabillo del ojo, en la pantalla negra. He movido la cabeza de lado a lado, porque evidentemente, tú no estabas a mi vera en el sofá. Dios, qué mal me sienta levantarme tarde.

Con la excusa de no tener a penas tiempo antes de empezar a hacer la comida, he prorrogado el momento de abrir las puertas del mueble empotrado en nuestra habitación, que tantas veces he ignorado, y enfrentarme a tus vestidos de colores vivos, y tu media docena de pantalones tejanos. Sí, conozco bien lo que quedó aquí guardado, de las múltiples veces que he tenido que mentalizarme sobre lo que tenía que hacer en nuestro piso, del motivo por el que venía.

Me parecía una chorrada, cuando empezamos a tratar mi viaje aquí en terapia, cómo Ana (creo que aún no te había dado el nombre de la terapeuta), me había hecho cerrar los ojos, e imaginarme poco a poco todo el trayecto: desde coger el coche, hasta conducir por la autopista, aparcar frente a la casa, coger la llave del bolsillo de mi chaqueta, y hacerla girar en la cerradura, abriendo la puerta a centenares de imágenes dolorosas que sabía, escaparían de los recodos de mi memoria.

Recuérdame que se lo agradezca a Ana, porque sin ella, probablemente aún seguiría en Barcelona, caminando muerto en vida, con cara de póquer y un hilo de pensamientos negros enmarañados en mi interior. Ella me ha ayudado a ordenarlos, poco a poco, y a sentirlos, por mucho que fuera incómodo. Ella me propuso venir, porque sabía, que era aquí donde realmente conectaría, al fin, un año después de lo sucedido, con mi duelo.

El sonido del timbre me ha despertado de mi ensoñación. Pensé que debía ser Lola. Pero al abrir la puerta, encontré a Nora delante. No la conociste, pero es fácil que te la imagines, porque es la viva imagen de su madre. Es pequeñita, de pelo rizado y corto, y de constitución más bien ancha. A diferencia de Lola ella lo tiene oscuro, pero está justo en aquella franja de edad donde no sabes si el arte del peluquero ha participado en mantener cobrizas las raíces, o si todavía no le han empezado a salir canas. Debe rondar los treinta y cinco o los cuarenta, haciendo cuentas, pero tiene un rostro joven, con pocas arrugas, así que he pensado que tal vez no es de aquellas personas que sonríen a menudo. Me ha preguntado si podía pasar, pero después se ha fijado en que todavía llevaba el pijama, y supongo que ha cambiado de opinión, porque antes de dejarme dar una respuesta (que iba a ser afirmativa, pero solo por cortesía), ha dicho que su madre la había enviado a ver cómo estaba, porque no oía movimiento en casa. Ha puesto los ojos en blanco al terminar la frase, y me ha hecho sonreír, lo que se le ha contagiado, parece ser.

<<Qué mona es tu madre.>> - y lo pienso de veras. - <<He pasado una noche demasiado buena, diría yo>>. Me ha vuelto a escudriñar de pies a cabeza. <<Ya veo.>> - ha comentado. - <<Bueno, no te preocupes. Ya la tranquilizaré. Si es que esta mujer tiene que estar en todo. Yo le he dicho que te dejara tranquilo, pero sabes que os tiene...>> - se ha callado de golpe, y mirando al marco de la puerta, ha seguido como ha podido. Me ha dolido, no lo voy a negar. - <<...bueno, te tiene un cariño especial.>>. Ha sido peor, incluso, oír ese "te" sustituyendo al "os". No sé si en algún momento me acostumbraré a estar solo. En aquel momento sólo podía pensar en cerrarle la puerta en las narices y encerrarme en casa. Pero de pronto me ha parecido sentirte, tocándome la espalda, suavemente, y el temblor en mis manos cerradas en puños, que me había pasado totalmente inadvertido, ha cesado. Siempre sabías cómo calmarme, e incluso cuando no estás, tus acciones han quedado clavadas en mi cuerpo, en mis nervios, en mis sentidos.

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