28/2/2023

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Hoy Lola ha venido de visita a las nueve de la mañana. El ruido infernal del timbre, combinado con la resaca que me gané tras mi fiesta privada de ayer, me ha despertado de otra pesadilla, que no logro recordar. No sé si me siento frustrado, o aliviado. Hacía mucho que no la veía, y esperaba que me recibiera con un suave abrazo. En su lugar, no me ha dedicado ni una mirada, y ha entrado apresuradamente, moviendo la cabeza de un lado a otro. <<¿Nora está aquí? Se que os habéis estado viendo estos días, ella me lo dijo.>>. Parecía nerviosa. Le he contestado con una negativa. Hacía días que no sabía nada de ella. Desde la noche tras mi ataque de ansiedad.

<<Oh dios mío>>, ha dicho para sí, y ha seguido explorando mi casa con nerviosismo. <<¡Devuélvemela, sucia harpía!>>. Sus gritos evidenciaban la aspereza de una voz atacada por los años. Con sus brazos de quitar nieve y trabajar el jardín, ha cogido una silla y la ha tirado al suelo. Me he abalanzado hacia ella, a cogerla por la espalda. La he abrazado con fuerza, manteniendo sus brazos pegados a ambos lados de su cuerpo. Ella ha seguido gritando, pero no me he apartado. Cuando he mirado el reloj de pared, he visto que llevábamos ya diez minutos en la misma posición. Entonces, ella ha empezado a llorar. Se ha separado de mí, se ha disculpado y ha salido por la puerta tal como ha entrado. Me he quedado ahí plantado, sin saber del todo qué hacer. A través de la ventana que da al balcón he visto cómo Lola salía unos minutos más tarde, con un gorro de lana y una bufanda, sus manos cubiertas por unos gruesos guantes, en dirección al bosque.

<<Déjala>>. Me ha parecido oír tu voz. Un simple susurro, pero mucho más claro que cualquiera de las otras veces en las que me ha parecido sentirte. Me he girado, sobresaltado, y en lo que dura un parpadeo se ha materializado frente a mí una silueta desnuda, que ha vuelto a esfumarse al cerrar los ojos de nuevo.

Me he acostumbrado a estas apariciones, tanto como a la sensación de mareo constante, como si llevara una semana navegando, provocada por mi pecado líquido. Mi única y prohibida fuente de placer. No sé cuántas mañanas hace desde la última vez que desperté sobrio, sin que la habitación diera vueltas. No sé si tú eres la causa, o la consecuencia. He vuelto a mirar por el balcón. Lola había desaparecido entre un mar de blanco y verde. Me he acercado más a las puertas de vidrio, y cuando mi nariz se hallaba a unos centímetros de su gemela simétrica, he visto por detrás como mi figura no era la única que se apreciaba en la puerta transparente. <<No la busques, por favor>>. Tu voz ha sonado más clara. Esta vez he sido menos brusco, y he decidido no mirar directamente. <<¿Por qué?>>. Tu figura se ha acercado a la mía, poco a poco. He sentido tu mano sobre mi hombro. Tu cuerpo desnudo detrás del mío. <<Por nosotros>>. Has dicho. Y te has esfumado de nuevo.

Se ha oído un grito, y una bandada de pájaros oscuros ha adornado el cielo azul e iluminado de la mañana. He abierto la puerta acristalada, y he salido al balcón. Una nueva sucesión de gritos, más clara, ha colmado mis oídos. Como si hubiera despertado de un sueño, me he abalanzado sobre el colgador, y he cogido mi anorak. He salido por la puerta, y mirando hacia la casa, te he vuelto a ver, asomada al balcón.

Cada vez te veo más opaca, más real. Más viva. Sé que es imposible, pero no estoy loco. No puede ser. No podría sentir tus manos tan suaves. Casi no recordaba tu voz, después de tanto tiempo, hasta que llegué aquí. Son demasiadas señales, demasiados recuerdos de golpe, demasiados estímulos que estaban en el fondo de mi mente, escondidos. No pueden haber salido a relucir sin más.

He caminado durante media hora por el sendero del bosque, siguiendo las huellas dibujadas en la nieve, hasta que he visto un cuerpo, arrodillado sobre el manto blanco. A sus pies, tendido, había lo que parecían un puñado de ramas secas. Me he acercado despacio, mientras Lola se lamentaba sonoramente. He podido ponerle una mano en el hombro, y cuando lo he hecho, se ha girado bruscamente, cogiendo una bocanada de aire, y ha posado sus ojos llorosos sobre los míos. De pronto, la tristeza se ha vuelto una acusación, y he podido ver que lo que había confundido con palos de madera, caídos de los árboles de alrededor, eran malditos huesos.

No he podido evitar gritar, y Lola se ha tendido sobre los huesos, intentando cubrirlos con su cuerpo, pero no lo ha logrado, y por debajo de su pecho he podido ver un cráneo, donde todavía quedaba algún resto de piel, y algunas matas de pelo rizado, frágiles, unidas débilmente a fragmentos de cuero cabelludo todavía conservados.

<<¡Ha sido tu culpa!>>.

<<¿De qué me está hablando?>>. Ni siquiera había asimilado a quién habían pertenecido los restos que se hallaban tendidos sobre el colchón de nieve, sumidos en un descanso eterno. Sólo podía ser una persona, si su pérdida había afectado tanto a mi vecina. Pero era imposible. Había visto a Nora hacía unos pocos días. La había sentido entre mis dedos. ¿Y ese estado de descomposición? Ni aunque una manada entera de zorros hubieran decidido tomarla por alimento, habría quedado de ese modo. No había sangre alrededor. Solo huesos, desparramados, pero en perfecto orden. Como si alguien se hubiera dedicado a resolver el macabro puzle meticulosamente. <<Es imposible. Si yo...>>.

No me ha dejado terminar. <<¡Devuélvemela!>> no me miraba a mí, sino a algo mucho más atrás. A una figura, pálida, delgada, y conocida, que se mantenía de pie al inicio del sendero, con los brazos a ambos lados de su cuerpo impasible. Ni un temblor recorría sus músculos, pese a la fría mañana de febrero en la que estábamos. Con su mano derecha, mantenía contra su muslo un pequeño cuaderno negro.

La figura no se ha acercado. Se ha dado la vuelta, y ha desaparecido entre los árboles. Se me han congelado los huesos, pese a las múltiples capas que llevaba encima. <<¿Usted la ha visto?>>. No estoy loco, cariño. Estás conmigo. Estás aquí. Me lo han confirmado. <<Se ha llevado a mi niña>>. No apartaba la vista del final del sendero, ahora vacío. <<Se la ha llevado...>>. Ha cogido los restos de caja torácica, que todavía conservaban el cartílago, y los ha acunado rítmicamente.

No entendía nada. Sigo sin entender del todo qué ha sucedido. Pero no podía pensar en nada más que en la veracidad de mi percepción. ¿Cómo podía haber infravalorado mis sentidos?

El sol había empezado a ponerse cuando he decidido abandonar la escena. Lola seguía acunando los restos. Murmurando. Ha besado varias veces el cráneo de piel descompuesta, y se ha llevado varios mechones de pelo al acariciarlo. Despacio, he vuelto a casa, volviendo sobre los rastros de nieve de tus pies descalzos. Al entrar, el cálido y dulce olor a bizcocho de vainilla me ha hecho sonreír. 

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