26/2/2023

0 0 0
                                    

Lo siento por todo, mi amor. Lo siento de veras. Hoy me he despertado cuerdo, lúcido, como si una fuerza superior me hubiera quitado una venda de los ojos. Fue culpa mía, lo sé. No supe cuidarte. No supe asegurarme de que todo fuera bien, de que estuvieras a gusto a mi lado. No fui un buen marido.

Recuerdo cuando me decías que querías ser madre. Mantenías una mirada inquieta, tensa, y yo odiaba que te sintieras así, pero entendía tus motivos. Sabías que te iba a dar una negativa. Yo no me veía como padre, pero tú siempre argumentabas que si invertía en ser padre la mitad de las fuerzas que mostraba como marido, nuestro hijo o hija sería el niño más querido del mundo. Me acabaste por convencer.

Tengo guardado en un rincón de la memoria, donde reservo las experiencias que me han marcado, pero a las que prefiero no acceder, el día que nos comunicaron en aquella consulta de paredes blancas que el destino no quería que nosotros tuviéramos descendencia biológica. Tu carita, descompuesta, evitando mi mirada. <<Supongo que no estoy hecha para ser madre>>. No sabía cómo consolarte. Aunque en el fondo, para mí fue un alivio. Y en estos momentos lo siento como una bendición. Menos mal que Dios, el Karma, o lo que sea que hay por ahí, no lo quiso, porque te he demostrado lo equivocada que estabas. Nunca fui un buen compañero de vida, y de mis cagadas, no hay vuelta atrás.

Hoy he regresado a una casa puesta patas arriba. Todas las puertas estaban abiertas, incluidas las de ventanas, armarios y cajones. Piezas de ropa de todo tipo adornaban las esquinas, como alfombras mal plegadas. La funda del sofá estaba por el suelo, y la cama seguía sin hacer, tal como la dejé ayer antes de irme, a las ocho de la noche. Supongo que me buscabas, si es que ha sido cosa tuya. ¿Querías disculparte? ¿Buscabas mi disculpa? Qué más da. No me encontraste, porque no he dormido en casa.

Cuando ayer cerré la puerta detrás de mí, con el anorak en una mano y la botella de alcohol casi vacía en la otra, sentí como una vocecilla me decía <<No vayas>>. Parecía la tuya, preocupada. No le hice caso. La ira que sentía hacia ti y hacia mí mismo, hacia ambos, era como un cohete que me impulsaba en una única dirección. En la calle, vertí sobre mi boca abierta las últimas gotas de lo que se había convertido en mi pastillita azul, en aquello que me lleva de vuelta a mi realidad falsa, que me permite olvidarme de mi propia existencia.

Tiré al contenedor más cercano el recipiente vacío, sin preocuparme en reciclar, y me puse el anorak, dirigiéndome a paso rápido pero poco firme hacia el bloque donde me esperaba mi anfitriona. <<No quieres que te vea así>>. Era tu voz, de nuevo. <<Calla, joder>>.

Piqué a la puerta y ella me recibió con una sonrisa, que no le devolví. <<¿Qué pasa?>> me preguntó. Y le contesté. Sin filtro. Le expliqué lo que acababa de descubrir sobre ti, sobre la persona que supuestamente más me quería en el mundo. A la que yo más quería. Ahora no se si te puedo querer. Eres alguien totalmente distinto.

Preparamos cubatas, mojitos, gin-tonics, y nos sentamos a hablar mientras levantábamos el codo una y otra vez, hasta que nuestras lenguas parecían tener vida propia, e iban a su aire, atascándose en cada frase. Nos enfadamos con vosotros, con nuestros ex. Os insultamos, os gritamos. Nos convertimos en los capullos odiosos que no habíamos sido con vosotros cuando todavía estábamos juntos. Te culpé por no confiar en nosotros. Por dar como fracasada nuestra relación sin permitirme mejorarla. Por no dudar ni un instante, y probar en los brazos de otro. U otros, quién sabe.

Bebí hasta que mi campo de visión se redujo a sombras borrosas y manchas de color sin perfilar. Bebí hasta que dejé de saber dónde me encontraba. Bebí hasta que la persona que lo hacía conmigo me pareció incluso apetecible. Bebí hasta no saber cómo llegamos al sofá, o cómo acabé sin camisa. Bebí tanto que el alcohol borró todo lo sucedido desde que vomité en el jarrón al lado del sofá.

Solo recuerdo despertarme con la sensación de no haber dormido en diez días, de haber pasado los últimos cinco años trabajando en la obra, rodeado de taladros y martillos. Estaba en una cama, pero no en la mía. Había alguien a mi lado por primera vez desde que te fuiste. No recordaba lo que había pasado, pero en el fondo lo sé.

Me ha invadido el pánico, y por un momento he pensado que el corazón se me iba a quedar sin energía. Era una crisis de ansiedad. Una jodida crisis de ansiedad como si yo te hubiera engañado a ti, cuando fuiste tú la que lo hizo. Sigo sintiendo que estamos juntos. Es una de las sensaciones que me impide seguir adelante. Mi hiperventilación ha despertado a Nora, que me ha empezado a mirar con los ojos como platos, sin saber del todo qué hacer. Ha recorrido toda la casa, abriendo todas las ventanas, y me ha tendido una bolsa de plástico para que respirase, como si estuviera en un avión. Cuando me he calmado, se ha sentado frente a mí, mirándome con ojos serios y cautelosos. <<¿Estás bien?>>. Evidentemente no, pero he decidido asentir con un movimiento lento de cabeza. <<No tiene por qué volver a pasar.>>. No quería que pasara. <<Irónico, ¿no? Ella me engaña estando casada conmigo, y no tiene el valor de decírmelo, y yo me acuesto con alguien cuando ella ya no está y siento que he destrozado nuestra relación.>>.

<<No sois la misma persona, ni estáis en el mismo proceso.>>. Me ha cabreado su respuesta, pero me ha hecho pensar. Tiene parte de razón. Tú estabas en un momento de debilidad, igual que yo ahora mismo. Ambos hemos terminado del mismo modo. La única diferencia es que yo te he sobrevivido. No puedo culparte porque tal vez habría sucedido lo mismo si la situación fuera a la inversa. No puedo culparte porque yo también te falté. No estuve ahí. Yo puse la cuchilla en tus manos, y miré, impasible, cómo la paseabas a lo largo de tus brazos, dejando un reguero de sangre.

HogarWhere stories live. Discover now