Las mujeres que se portan bien no suelen hacer historia.

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Mis tácticas como detective privado nunca serían objeto de leyendas. Jamás serían ensalzadas en los libros de texto de criminología ni en las salas de conferencia universitarias. Pero tenía la corazonada de que, si me esforzaba un poco, podría convertirme en una presencia destacada en aquellas salas.

Si no podía ser un buen ejemplo, tendría que convertirme en una horrible advertencia.

Los intentos de Nayeon por hacerse con los informes y los registros del instituto de Jihyo no habían dado fruto. Era algo raro, pero a veces pasaba. Un rollo relacionado con las leyes y la confidencialidad. Así pues, entré en la comisaría con un único objetivo en mente.

Puesto que quizá estaba un pelín susceptible, además de magullada y dolorida, decidí pasar por alto las miradas suspicaces y maliciosas de los demás y me dirigí directamente hacia la sala de interrogatorios.

Fue entonces cuando oí el ¡Chist!.

Aminoré el paso y eché un vistazo a la comisaría. Desde el lugar donde me encontraba, solo veía escritorios y uniformes. Sin embargo, cuando miré hacia los aseos, vi a una anciana latina con un vestido de flores que me hacía señas con el dedo para que me acercara. Llevaba una mantilla negra de encaje que le cubría la cabeza y los hombros, y habría apostado hasta mi último centavo a que hacía las tortillas como nadie. Al menos cuando estaba viva.

No tenía tiempo para asesorar a una difunta, pero no podía negarme. Nunca podía negarme. Tras echar una miradita a mi alrededor, entré en los aseos de señora con un fingido aire tranquilo y despreocupado. Aunque no sé por qué. Responder la llamada de la naturaleza no era ningún delito. Sin embargo, cinco minutos después salí de la misma forma, solo que en aquella ocasión iba armada hasta los dientes (metafóricamente) y dispuesta a hacer un trato.

Localizé a Jeon cerca de la puerta de la sala de observación. Cuando me acerqué, vi que estaba enfrascada en una conversación con el sargento Kim.

—Quiero negociar un trato —dije, interrumpiéndolos.

Kim me fulminó con la mirada. Yoo enarcó las cejas con interés.

—¿Qué clase de trato?

—Julio Ontiveros no disparó a nuestros abogados.

La culpabilidad manaba a raudales de las personas y yo podía percibirla a más de un kilómetro de distancia. Ontiveros no era un hombre culpable, al menos de asesinato. Lo que había parecido un disparo procedente del interior del edificio había sido en realidad un intento fallido de arrancar su motocicleta. Al parecer, la guardaba dentro por las noches para que nadie se la robara. Chico listo.

—Genial —dijo el sargento Kim Namjoom al tiempo que ponía los ojos en blanco—. Menos mal que te tenemos a ti para informarnos de estas cosas.

Jeongyeon, bajó la barbilla y se acercó un poco. —¿Estás segura?

—¿Bromeas? —preguntó el sargento, sin dar crédito a lo que oía.

La detective, en un raro momento de agresividad, dirigió una mirada penetrante a Kim que habría podido marchitar una robusta rosa de invierno. El sargento apretó la mandíbula, nos dio la espalda y se dedicó a observar al sospechoso a través de la ventana-espejo.

—Este caso es de los gordos, Sana. Necesito que estés segura. Los de arriba nos están presionando mucho.

—Tus casos siempre son de los gordos. Quiero que recuerdes la última vez que me equivoqué.

Yoo reflexionó unos instantes y luego hizo un gesto negativo con la cabeza. —No recuerdo la última vez que te equivocaste.

—Ahí quería llegar.

Primera Tumba a la Derecha (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora