Hourglass (Madamspellman fic)

Parte II: La trinidad Spellman

NA: Gracias a mi editora por sacar tiempo de donde no tiene para leer sobre brujas y Diosas, a ella toda la bendicion del Equilibrio. <3

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El viento del mar se cuela por los agujeros en el saco de Dorothea Se avecina una tormenta. En el cielo, se arremolinan nubes grises. Pequeños rayos salpican el firmamento, anunciando la terrible furia del océano. Su estómago ruge como imitando el cielo para recordarle que aún es humana y que tiene que comer. Por más peligro que exista, necesita descansar.

Han empezado a caer gotas de lluvia en la cabeza de Dorothea Putman. No lleva el sombrero de capitán; nunca le ha gustado aquella formalidad. Debería entrar; es cuestión de tiempo para que la lluvia se intensifique. El viento frío vuelve a advertirle. Pero sus dedos sucios, ilegítimos para una dama y honorables para un capitán, se sostienen de la baranda.

Sus ojos oscuros se sumergen en las olas mientras es presa del miedo que nunca ha expresado en voz alta. Siente que su plan no va a funcionar, pero no puede decirlo. La vida de trece mujeres depende de ella. Sabe que su destino está sellado y que la tierra que fue su hogar ahora solo es un puerto al que ya no podrá volver a pisar nunca más. Dorothea suspira. Ha elegido el destierro antes de que su carne avive las brasas. Escapa porque no dejará de leer mapas, de usar pantalones, de llevar las uñas sucias y maldecir como un pirata. Se lleva en su barco, su querido hogar, a mujeres que llevan la magia a otras tierras, que protegen la libertad de la extinción dogmática.

De su pecho sale un suspiro cansado y lento. Aunque no hay ninguna montaña a la vista, ya conoce tan bien los azules de los mares para reconocer que están lejos de Escocia y mucho más cerca de las aguas americanas. No puede detener el barco ahora que está cerca de lograrlo, ni mucho menos dar su brazo a torcer y cambiar el rumbo. Ni dejar de recorrer los kilómetros que poco a poco les acercan a su nueva casa implica morir a manos de los enemigos que ha perdido de vista, pero que rondan buscándoles.

Dorothea Putman frunce su ceño ya marcado por los inviernos. Maldice desde el comienzo de su alma hasta su último pensamiento a los miserables cazadores que usan el fuego como castigo. ¿A qué se debía tanta crueldad en nombre de la justicia y la fuerza? La redención no se obtiene mientras la piel se calcina y la garganta se desgarra presa del dolor. Se niega a ser partícipe de los juicios públicos que tan morbosamente eran asistidos por todo el pueblo escocés, de ver materializado el pecado en mujeres sentenciadas por la voluntad de un Dios egoísta en las manos de hombres hechos a su semejanza. Ningún ser humano debía ser sometido a tal bajeza. Por eso, escapa con su navío a las Américas. Y con ella van mujeres que comparten la misma sentencia que carga en sus hombros. Buscan un lugar en el nuevo mundo, uno donde nadie se asuste al verlas bailar, curar, estudiar, reír sin pudor, navegar sin vergüenza. Vivir por vivir, amar por amar. Siendo humanas, al fin de cuentas.

—Capitana Putman, debería tener un relevo en la vigilancia, ¿no cree?

A sus espaldas, la voz de una mujer saca sus ojos y pensamientos del agua y los regresa al barco. Gira su cabeza y sonríe al ver a la joven bruja Whitney Spellman llevando una bandeja con dos tazas y un pequeño plato con galletas. Su pecho se infla para que su boca pregunte en un tono dulce lo que no tendra una respuesta.

—¿Hasta cuándo seguirás diciéndome así?

El miedo que se movía con las olas y sus palpitantes sienes se guardó de nuevo entre sus costillas. Su boca enmascara una sonrisa sincera, sus manos llaman a la mujer que le mira a unos metros. Whitney niega con su cabeza mientras en sus labios se dibuja una pequeña sonrisa.

—No toleraré que la lluvia estropee mi excepcional té.— Antes de voltearse y ascender por unas deterioradas escaleras, añade: —Margaret vendrá en unos minutos para hacer vigilancia, así que te sugiero subir antes de que se enfríe el té y cojas un resfriado.