Capítulo 16 | Anya

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Alzo la mano y estudio mis uñas pintadas de negro.

No sé cómo he llegado hasta esta situación.

—Qué fuerte que Dafne sea real —suspira Cassandra, pintando sus uñas de un rojo intenso—. Y qué fuerte que solo nosotros cuatro lo sepamos.

Desvío la mirada hacia la reina de la Corte Esmeralda. Tiene el pelo mojado envuelto en una toalla, una mascarilla de la villana Cruella de Vil de Disney en toda la cara y un pijama de seda que debe de costar lo mismo que este apartamento.

Y recuerdo que es por culpa de Cassandra que esté aquí ahora.

Después de lo ocurrido con Dafne, Dorian y yo regresamos a las cuevas. Menos mal que él recordaba cada túnel y giro, porque yo no sabía ni por dónde habíamos salido. Aunque nos llevamos algún gruñido de protesta, decidimos que lo mejor era despertar a Willa y Cassandra. Así podríamos regresar a Nueva York cuanto antes. Al fin y al cabo, ya habíamos acabado en Eirlys y cuanto menos tiempo pasáramos en ese paraje tan misterioso como tenebroso, mejor.

Así que recorrimos el Río de Sangre cuando el cielo comenzó a clarear y llegamos a la Corte Obsidiana al final del día. Después Willa nos transportó hasta el apartamento de Dorian.

Hasta aquí todo bien. Los problemas llegaron después.

Cuando Dorian quiso echar a Cassandra del apartamento, ella se autoproclamó okupa del sofá.

—¿Y a dónde quieres que vaya? —preguntó.

—¿A tu corte, tal vez?  —respondió Dorian—. ¿No tienes un reinado que gobernar? ¿Unas responsabilidades que atender? ¿Unos sirvientes a los que molestar?

—No puedo volver con la Marca de los Muertos. Me echarán la bronca.

Pestañeé, perpleja. Pensé que su prioridad era quedarse aquí para encontrar una solución entre todos a nuestra fecha de muerte, pero me equivocaba. Ella solo estaba intentando evitar una regañina.

—¡Eres reina, Cassandra! —exclamó Dorian. Cada vez estaba más atónito, y no podía culparlo.

—¡Precisamente! —resopló ella—. ¿Sabes la de limitaciones que me ponen solo para mantenerme a salvo? Si descubren que me escapé y vuelvo con este manchurrón negro en el brazo, me matarán. No hace falta ni que lo haga Jeanne.

—Quizás tus telépatas tengan alguna solución —propuso Willa—. Hace veinte años no sabían cómo curarla, pero en estas décadas pudieron encontrar algo que detenga la fecha de la muerte.

—No lo creo —dudó Cassandra—. Ellos dejaron de investigar cuando despojamos a Dorian de su poder. Estábamos convencidos de que él era el culpable, así que creímos que la Marca de los Muertos no volvería a aparecer.

—¿Y qué es lo que quieres, exactamente? —preguntó Dorian—. ¿Quedarte aquí los días que quedan?

—Quedarme aquí hasta que encontremos una cura —le corrigió Cassandra.

—Definitivamente, no.

—¡No puedes echarme a la calle!

—Sí que puedo, y lo haré.

—¿Y Anya? ¿A ella también la vas a echar a la calle? Ninguna de nosotras tiene a donde ir.

Dorian deslizó la mirada hacia donde yo estaba. Guardó silencio.

Mi corazón aleteó ante lo que eso significaba. A Dorian no le hubiera importado echar a Cassandra a la calle, pero a mí me hubiera acogido en su apartamento.

—Lo que yo decía —insistió Cassandra. En ese momento, ella se acercó a mí y enroscó su brazo en el mío—. Nosotras venimos en un pack. Si se queda ella, me quedo yo.

Una promesa de fuego y venganzaWhere stories live. Discover now