Capítulo 22 | Anya

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Lo primero que hago al despertarme es pensar en Jasper.

Por un instante, entre el sueño y la vigilia, veo sus rizos rubios y su cálida mirada con una nitidez que me estruja el corazón. Me parece distinguir una sonrisa perfecta de dientes blancos en una expresión cargada de cariño. Dice algo, creo, pero no lo entiendo. Estoy demasiado dormida para comprender sus palabras. O quizás solo es el eco de su risa.

Pero pestañeo, y la imagen se esfuma.

Y entonces llega la culpabilidad.

Porque no recuerdo cuándo fue la última vez que pensé en él.

Intento incorporarme, apartando el sueño a manotazos. Me doy cuenta de que estoy en una cama que no reconozco, en una habitación que me cuesta recordar. Deslizo la mirada por la espalda desnuda del cuerpo que descansa a mi lado. Tardo un minuto en comprender que es Dorian. Se ha quitado la camisa, pero está durmiendo con un pantalón de pijama. Al mirarme, compruebo que llevo mi camiseta de siempre.

Tengo el estómago revuelto y me siento como si hubiera sido aplastada por un camión de doscientas toneladas. También me duele la cabeza y mi garganta está tan seca como el papel de lija. Parpadeo intentando centrarme. Los momentos que viví anoche comienzan a llenarme la cabeza de imágenes, sonidos y sensaciones.

Las náuseas se acrecientan y tengo que salir corriendo al baño.

Mientras vacío el contenido de mi estómago, solo puedo pensar una cosa.

¿Cómo pude dejarme llevar así?

La culpa retuerce sus garras y se clava más profundamente en mis entrañas. Mientras mi mejor amigo está muerto, yo salgo a emborracharme en una isla del Pacífico como si estuviera de vacaciones. Y lo peor de todo es que no he pensando en él mientras lo hacía. Ni un solo segundo.

Eso me asusta enormemente.

No quiero dejarlo atrás. No quiero que se convierta en un recuerdo.

Temo el día en que pase página, porque eso significa que lo habré olvidado.

Unos dedos fríos me sujetan el pelo por detrás mientras mi estómago sigue convulsionando en violentas sacudidas. Sentir su toque en mi nuca, más que relajarme, me hace sentir peor.

—No hace falta que estés aquí —digo cuando por fin he dejado de vomitar. Alzo una mano temblorosa y tiro de la cisterna. Bajo la tapa—. Esto no es algo bonito de ver.

El sabor de la bilis me quema en la boca. Permanezco sentada sobre el suelo, de espalda a Dorian, esperando a sentirme un poco mejor.

—Quiero ayudarte —responde Dorian con voz suave.

—El alcohol es horrible. ¿Cómo puede la gente pasárselo tan bien bebiendo?

—El enemigo no es el alcohol, sino la resaca.

Cuando dejo de tiritar como si fuera un flan al que han sacudido, me atrevo a darme la vuelta, de cara a Dorian. Él libera mi cabello.

Es injusto que yo me sienta como si estuviera enferma y él ni siquiera tenga mal aspecto. No tiene ojeras, ni los ojos rojos, mientras que yo parezco la versión agonizante de Mérida en los últimos minutos de su vida y suplicando para que acaben rápido con su sufrimiento. Lo único fuera de lugar es su pelo revuelto, y eso solo le da un aire más sexy.

Las comisuras de los labios de Dorian tiemblan.

—Vuelves a ser un oso panda.

Entrecierro los ojos, mirándolo con furia. Claro, anoche me olvidé de quitarme el maquillaje.

Una promesa de fuego y venganzaWhere stories live. Discover now