¿Solo me lo parece a mí o aquí dentro hay mucha tía buena?

23 3 18
                                    


Me desperté a las cuatro y media de la madrugada (una hora también conocida como las tantas) y me quedé en la cama, preguntándome por qué, en nombre de San Francisco, me había despertado a las cuatro y media de la madrugada. No había muertos levitando a mi alrededor, no se avecinaba ninguna catástrofe planetaria y nadie estaba arrojándome ropa a la cara, pero aun así mi sentido de ángel de la muerte me decía que algo iba mal.

Agudice el oído por si sonaba el teléfono. Si alguien tenía los santos huevos de llamarme antes de las siete, esa era la tía Jeong. Sin embargo, no tenía ninguna llamada. Ni siquiera la de la naturaleza.

Lancé un suspiro y me di la vuelta para tumbarme de espaldas, mirando a la oscuridad. Tras el asesinato de Janelle York y Tommy Zapata, algo me decía que el responsable de sus muertes no buscaba información. En cualquier caso, si tuviera que hacer una conjetura basándome en lo que tenía, diría que información era justamente lo que el asesino intentaba ocultar.

Algo había sucedido en el instituto de Ruiz hacía veinte años, aparte del típico consumo de alcohol entre menores de edad. Y había una persona, como mínimo, que deseaba que nada de aquello saliera a la luz. De hecho, tanto era así que incluso estaba dispuesta a matar para que todo continuara igual.

Jihyo también consumía una buena parte de mi memoria de acceso directo. ¿De verdad era la anticristo? Porque menuda mierda si era cierto. Tal vez ella tuviera razón. Tal vez alguien estaba confundido. Debía admitir que resultaba difícil acostumbrarse a la idea de que era la hija del ser más malvado que jamás hubiera existido, pero eso no la convertía en el diablo. ¿No? ¿De verdad perdería su humanidad si su cuerpo fallecía? Nadie había dicho que tuviera que seguir los pasos de su padre. Sin embargo, la sola idea de que estuviera muriéndose, en ese mismo momento, después de todo por lo que había pasado...

Mis pensamientos siguieron vagando por esos derroteros hasta que tuve que recapitular y preguntarme por qué estaba tan obsesionada con encontrar su cuerpo. La respuesta fue ridículamente sencilla: no quería perderla. No quería dejar pasar la oportunidad de compartir mi vida con ella, algo bastante discutible teniendo en cuenta que Jihyo tendría que regresar a la cárcel y todo eso, pero ahí estaba, en toda su gloria y esplendor: la verdad. En muchos sentidos, era tan insensible y egoísta como mi madrastra.

Vaya. Pues sí que dolía la verdad.

A pesar de todo, tenía que encontrar nuevas fuentes de información. Mis amigos muertos no estaban siendo de gran ayuda. Jihyo tenía una hermana, más o menos y una amiga íntima. Si alguien sabía dónde escondería Park su cuerpo, sin duda tenía que ser una de ellas dos.

Decidí renunciar a la tentación de dormir una noche entera, me prepararía un café y meditaría sobre el siguiente paso en la búsqueda interminable de la diosa Jihyo. Puede que me pusiera en contacto con mistress Irene para preguntarle qué diablos se traía entre manos.

Como ángel de la muerte de nacimiento, estaba bastante habituada a que los muertos entraran y salieran de mi vida a todas horas. Me había acostumbrado al súbito envite de la adrenalina corriendo por mis venas ante su inesperada aparición, sobre todo cuando alguien que se había estampado contra el suelo de cemento después de una caída de quince metros se presentaba en busca de consejo matrimonial. Sin embargo, la mayoría de las veces, la respuesta irracional de lucha o huida ante una situación de estrés solía mantenerse en un segundo plano, confundirse con el fondo, y me permitía decidir por mí misma si debía recurrir a los puños o salir corriendo despavorida. De modo que cuando arrastré mi cuerpo medio dormido afuera de la cama en busca del elixir de la vida, a menudo denominado café, el hecho de que hubiera dos tipos tranquilos en mi salón apenas dejó constancia en mi escala de Richter.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora