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"...hice tantas cosas

por amor,

que olvide

que yo también

las merecía..."

El exterior crepitaba en una incesante lluvia a través de la ventana, mientras con la mirada observaba el deslizarse de las gotas frías en el húmedo cristal.

El cielo de Tokio irónicamente parecía querer llorar, bañado en tonos que iban desde los grises hasta los naranjas y morados, mezclados entre sí como una angustiosa melodía que daba hasta tristeza verlo.

—¿Qué tanto miras?— preguntó la presencia que se colocó detrás, pegando el pecho a su espalda y poniéndose de puntitas para dejar pequeños besos en su nuca, mientras le abrazaba despacio por la cintura, escondiendo sus manos en la enorme camiseta, recorriendo suavemente sus abdominales.

—En todo y nada a la vez— contestó San cerrando inconscientemente los ojos, para disfrutar los mimos que el contrario le estaba haciendo.

No había ningún sonido en la suite del último piso de aquel hotel en medio de la ciudad, solo el golpeteo de la tormenta y de vez en cuando, algún que otro trueno acompañado de un rayo iluminaba la estancia.

Aún desde que habían llegado, hace poco menos de una hora, permanecían en penumbras.

Las hábiles manos del más bajo fueron iniciando un ascenso rozando despacio toda la piel de su pecho, deteniéndose en la hendidura justo en medio de los pectorales, deslizando su mano hacia el lado izquierdo, dejando la palma totalmente posada encima de su corazón.

—Late muy deprisa— dijo con voz suave, al mismo tiempo que su nariz se abría sitio entre las hebras de la nuca olisqueando y dejando besos desordenados, enredando su cabello.

—Eso siempre es tu culpa— río por lo bajo con una voz grave y gutural, sin siquiera hacer el menor esfuerzo por romper aquella burbuja que los envolvía.

Wooyoung, cansado de tanta calma, empujó a su compañero hacia adelante, hasta que su frente se apoyó en el cristal húmedo de la ventana.

San se dejó hacer sin quejarse, obediente y enternecido por su pequeño acompañante. 

Realmente le daba ternura como el contrario parecía estar tan seguro de poder físicamente con él.

Una vez más los besos enredados en el cabello volvieron a iniciar su recorrido, mientras llevaba ambos brazos de San sobre su cabeza descansando también con las palmas sobre el cristal.

Mordió el cuello de la camiseta y gruñó al ver que esta entorpecía su recorrido. Rápidamente tiró de ella, sacándola.

Una vez más volvió a lo que tanto lo tenía obsesionado, la musculosa espalda de San que al moverse, dejaba dibujado cada músculo como un impresionante mapa de constelaciones estelares.

Se mordió el labio y continuó besando cada centímetro de un hombro para luego pasar al contrario, dejando mordisquitos suaves en donde un hueso demostraba su presencia.

Cada uno de sus dedos índices delineaba la columna, descendiendo, desprendiendo el pantalón al tanteo mientras se arrodillaba sin dejar de repartir aquellos besos.

Con un suave gesto por las caderas le indico que se girara, hundiendo ahora su nariz en el ombligo para seguir subiendo con lametones, tomándose su tiempo, despacio, mientras el último rayo de sol acababa de morir sobre el cielo de Tokio.

¿Cuál es el precio de un corazón? Woosan SanwooWhere stories live. Discover now