22

354 38 4
                                    

Observé mis cartas sin reacción y esperé que el hombre frente a mí hablara.

—Apuesto cien —dijo.
—Ni siquiera haz de tener cien —me burlé. Merle sonrió y sacó de su cartera un billete de cien. Yo asentí, impresionada e hice lo mismo, puse un billete de cien en la mesa—. Ok, igualo —dije sin volver a echar otro vistazo a mi juego.
—Me retiro. —Frunció el ceño Daryl.
—Espíritu de perdedor —lo pinchó Merle. Su hermano apenas lo miró.
—Dejé algunos sándwiches en el refrigerador, ¿por qué no los traes? —pregunté, amable.

Daryl asintió y me dio un beso antes de retirarse hacia dentro de la casa.

Merle se acercó a mí sobre la mesa para dejar caer una de sus cartas. Entonces retrocedió arrugando la nariz.

—¿Por qué ahora siempre hueles a cerezas? —soltó, como si las cerezas le dieran asco.
—Caramelos —respondí, encogiéndome de hombros—. A tu hermano no le molesta —agregué, burlona.

Había comenzado a comer caramelos para bajar la ansiedad, concentrarme en ello y el sabor me ayudaba a no pensar tanto. A Daryl le gustaba mucho que todos mis besos sabían a cereza.

—A mi hermano nada le molesta de ti. —Rodó los ojos —. Podrías oler a mierda y no le importaría.

Hice una mueca de asco, pero terminé riendo.

—Deberías seguir su ejemplo —le dije lanzando una carta.

Apretó los labios. Trataba de aguantar una sonrisa. Negó.

Habían pasado tres meses desde nuestra pelea. Fue él quien regresó a la cabaña el día de mi cumpleaños. Trajo de regalo un relicario con dos fotos dentro. No pregunté cómo lo hizo, pero tenía una foto de mi padre conmigo cuando cumplí doce años, y del otro lado una foto suya, de Daryl y de mí en mi cumpleaños número dieciséis. Yo lo recibí con un abrazo, aunque no le gustaban demasiado.

No quedaba ningún rencor entre nosotros, ningún enojo o pelea.
Solo dejó de verme porque me había vuelto aburrida, y yo lo entendía. Así era Merle, así lo conocí y así siempre sería.

Habíamos arreglado las cosas, aunque llegué a pensar que nuestra relación ya no sería igual que antes, porque algo se sentía distinto. Creí que algo se había quebrado, tal vez para siempre.
Pero aquí estábamos, en el patio de la cabaña, jugando cartas y apostando, como antes. Aunque no había cervezas, ni ninguna otra clase de alcohol, tampoco había drogas, por lo que Merle desaparecería en poco tiempo.

Ojalá no fuera así, ojalá que siguiéramos igual. Pero lo cierto era que, con las dos vidas tan diferentes que llevábamos, iba a ser muy difícil coincidir como antes.

—Oye, no sé si Daryl te comento sobre este nuevo trabajo que tengo —murmuré, viendo como dejaba otra carta en la mesa.
—¿Ese del que llegas estresada todas las noches y te quejas con él? No, no me ha contado —negó, con sarcasmo.
—No es tan malo, solo algo exigente —justifiqué, lanzando una carta.

En verdad, llegaba todas las noches cansada por completo, tanto de forma física como mental. Además de ser recepcionista, hacia muchas otras cosas, por las que, en realidad, no me habían contratado. Pero temía quejarme o no hacerlas, porque podían despedirme.
Lo peor era que había tantas cosas para hacer allí, en ese lugar tan enorme y con tantos clientes, que nunca llegaba a hacerlas todas y vivía siendo regañada por mi superior: un hombre cuarentón que yo sabía que me tenía ganas y, cómo no había correspondido a sus intenciones, ahora se desquitaba conmigo dándome ordenes.

Era muy estresante, sí, pero eran pocas horas de trabajo, con la mejor paga que había tenido hasta ahora y en un lugar hermoso, elegante y de gran renombre. Utilizaba un uniforme bastante bonito, aunque la parte de abajo consistía en una falta hasta las rodillas, pero por primera vez en mucho tiempo, no me sentía incómoda al vestirla. Sabía que podía romperle la cabeza a quien sea que me mirase de más.

Lilith, little bitch [Daryl Dixon] | The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora