♡༒♛2.♛༒♡

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♡༒♛2. El reclamo del principe♛༒♡

Él estaba deseoso de mancillar la pureza de Ariadne. Le arrancó los pliegues del vestido, las enaguas para evitar que esa muralla de finura se interpusiera. Nada podría dividirlos.

—¡Soy la princesa de Althea! —Declaró impetuosa. Apretó los dientes adolorida por sentir el tajo de tela que al ser rasgado le arañaba la piel. —¡Te ordeno que me sueltes!

Las perlas de su camándula crujieron en la piedra del suelo, rebotando por todas partes haciendo hueco en su cabeza.

Le agarró la mandíbula para clavar su vista en ella. —Cuanto orgullo y petulancia hay en esos ojos... —Odiaba ese tipo de mujer. Una arrogante y mimada. Sin embargo, —Cuánta belleza tienes, Ariadne.

La chica enrojeció de inmediato al ver su mirada perdida, en ese instante brumoso. Incluso, alguien tan despiadado reconocía que titubeaba ante la idea de acabar con algo tan sublime.

—Por favor, Hermano —. Trato de llamar a los lazos sanguíneos para evitar algo tan atroz. — Dejame ir.

Necesitaba buscar la forma de resolverlo con diplomacia y moralidad, ya que por la fuerza no obtendría nada.

—Oh. Ariadne no puedo hacer eso —. Se relamió los labios. —¿Cómo crees que el sol puede prescindir de la luna? —Susurró acercándose.

Su aliento le rozaba las mejillas. —Por favor...

Athanasius vio infructurada aquella conversación por lo que usó una gran fuerza para dividir sus piernas y tener acceso a lo que tanto ansiaba. Tomó la tela y la jalo partiendo el paño interior que cubría aquella feminidad.

La pureza rebosaba en aquellos labios rosáceos. Una flor recién abierta en el rocío de la mañana. Seguramente, sería el primero en abrirse paso en su interior.

Él desabrochó con velocidad el pantalón escuchando el llanto de Ariadne en su oído. Lo estaba volviendo algo loco.

—Es suficiente, Ariadne. —Miró enojado como cerraba los ojos. —Esto es mejor que la muerte... ¿O es qué prefieres tu cabeza en una lanza?

—Te prometo que seré suave contigo. —La besó para callar su llanto.

—Por favor, no.

—No te resistas —. Le limpió las lágrimas con torpeza haciendo uso de sus pulgares y dejando de lado el abrirse el pantalón.

—No seas tan infame... —. Le dijo con dolor.

—Aunque te deje ir estoy seguro de que antes de que toques las puertas del reino de Obelia te habrán violado unos diez hombres. Ariadne. Soy tu mejor opción.

Sin embargo, percibió el bulto de Athanasius presionando entre sus piernas. Sintió que perdería. Y si no tenía ninguna opción lo retrasaría hasta estar en una mejor condición.

—Si vas a hacerme esto ten la delicadeza de que no sea en este lugar —. Ella era una dama. No una prostituta. Él no podía tratarla tan mal y menos si estaba aflojando su inflexión. Bueno, fingiendo que aceptaba a su hermano. —Que sea en una cama... al menos... —Pidió.

Él bajó la mirada. Analizó aquella situación. En cierto modo era verdad y quería disfrutar del cuerpo de Ariadne tanto como fuera posible.

—Bien. Será en mi cama, Ariadne.

Fundió su amplia mano en la muñeca de ella con un agarre que dejaría una marca en su piel. La jalaba sin misericordia hacía la salida.

Cuando salieron había toda clase de gente circulando por la ciudad: Comerciantes, barrenderos, sirvientas, atareados, locos y mendigos.

Una Jaula de sangre DoradaWhere stories live. Discover now