(2) Bajo la Sombra del Compromiso

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Unos golpes impacientes en la puerta de mis aposentos interrumpen mi hora de descanso.

—¿Se puede saber qué hora es? —murmuro somnolienta mientras escondo mi cabeza entre las sabanas.

—Princesa Gabriella, —resuena una voz femenina desde el otro lado de la puerta—siento despertarla, pero su hermano va a salir con el caballo, y creo recordar que me dijo que iría con él.

Con un suspiro de resignación, me dejo caer sobre la suave colcha de mi cama y me froto los ojos con suavidad, tratando de alejar el sueño de mi mente. Giro la cabeza adormecida hasta que visualizo mi figura en el espejo. Mis ojos todavía tienen restos de maquillaje de la de la fiesta privada de ayer. Sonrío al recordar las locuras noche anterior.

Como princesa y segunda en la línea de sucesión al trono de Luxemburgo, tengo la responsabilidad de acompañar a mi familia en las reuniones diplomáticas con los líderes de otros países europeos. Sin embargo, nadie me ha dicho que no pueda disfrutar un poco cuando se cierne la noche, ¿verdad?

—Princesa— la voz persiste una vez más— debo recordarle que su hermano la espera en el gran comedor.

Después de agradecerle a mi sirvienta de cámara por haberme despertado, me levanto de la cama. Estiro mis brazos por encima de mi cabeza, sintiendo los músculos despertar lentamente. Un bostezo escapa de mis labios.

— Tengo el presentimiento que hoy va a ser un día muy largo—retiro las sabanas de encima de mí y salgo a regañadientes de la cama.

Busco mi cepillo favorito entre todos los cajones del tocador. Una vez lo encuentro, empiezo a desenredar mi larga melena rubia, cuidando cada hebra con delicadeza.

El cabello es una parte importante de mi imagen; debe lucir impecable en todo momento. Con cuidado, separo mi cabello en secciones y comienzo a hacer una trenza elegante que cae sobre mi hombro con delicadeza. La trenza definitivamente es la mejor elección cuando voy a montar a caballo.

Observo mi fatigada expresión reflejada en el espejo. ¿Por qué parece que tenga 30 años en lugar de 22? Me pregunto mientras busco desesperadamente el desmaquillador para remediarlo. Después, aplico un poco de base para refrescar mi rostro antes de dirigirme hacia el ropero.

El ropero, mi santuario personal, es un vasto vestidor que atesora los secretos de mi estilo y personalidad. Cada prenda está cuidadosamente clasificada según su color, tipo de tela y marca, creando un orden meticuloso que refleja mi exigencia por la excelencia en cada detalle.

Nunca permito que mis doncellas de cámara entren aquí; todo está dispuesto por mí misma para facilitar la selección de lo que deseo vestir.

Mis dedos recorren los tejidos con familiaridad buscando el uniforme de equitación.

—Aquí está mi bebé— celebro una vez tengo la prenda marrón entre mis manos.

Vuelvo al dormitorio y me calzo unas botas elegantes que complementan mi atuendo de equitación. Una vez vestida con el uniforme, me detengo frente al tocador y me observo detenidamente.

—Si ser bella fuera un delito, ya estaría entre rejas— murmuro con una sonrisa traviesa, disfrutando del reflejo que me devuelve el espejo.

Sin más dilación, salgo de mi habitación y me dirijo hacia el gran comedor, donde mi hermano seguramente ya está esperándome para el desayuno. Y, efectivamente, así es.

En el instante en que entro en el comedor, los ojos de Oliver se despegan de su teléfono para recibirme.

—Ya era hora, Gabs — dice con un tono sarcástico, levantando una ceja mientras guarda su teléfono en el bolsillo.

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