Adelaide Marie Richmond, princesa de Glasgow Escocia.
La joven había sido educada toda su vida en Londres aprendiendo todo lo necesario para debutar como cualquiera de las pequeñas británicas de esa era, la diferencia era que Adelide, no buscaban un...
Me encontraba en mi despacho llenando papeleo, quería distraerme, ya no quería pensar en Adelaide, los duques, Daphne o siena.
Parece que madre escucho mis pensamientos porque se acerca a la puerta mientras yo miraba el reloj por la hora.
– nos acompañarás esta noche al baile?– Pregunta madre sosteniendo un papel.
– ya acepté la invitación– la sorprendo con mi respuesta y sonríe
– en dado caso aquí hay una lista de 14 señoritas, de buenas familias buenas aptitudes– la interrumpo
– consideraré tus sugerencias –vuelvo a sorprenderla. Leo el nombre de la princesa.– aquí hay un error madre, la número 14 está comprometida.
– qué hora tienes?– La miró sin entender pues me desvío del tema– la hora, mirabas el reloj de tu padre, es una hermosa reliquia.
– aún falta 1/4 para el baile Mamá– ella sonríe y me mira cómplice.
– pues ser puede que se haga tarde, en dado caso hazme saber cuando tomes una decisión– alza una ceja a lo que me da entender que está hablándome en código– el tiempo, como sabes, definitivamente vale oro.
Sin más, madre sale del despacho dejándome solo de nuevo con mis pensamientos, me arrepentía, me arrepentía rotundamente, debí decirle que la amaba, no debí dejar que se fuera.
Tomo el reloj de mi padre entre mis manos y suspiro, sin duda si él estuviera aquí sabría perfectamente cómo aconsejarme, tal vez si él estuviera aquí yo no estaría en este aprieto.
Narra Adelaide
Me arreglaba con ayuda de Francis en mi nueva alcoba en la residencia Hastings. Me encontraba perdida absorta en el tiempo, pues por primera vez, creía que me estaba equivocando.
– ya casi termino alteza, sólo un poco de rubor– Francis me saqué de mis pensamientos y le sonrío, una sonrisa bastante falsa– está nerviosa por la boda?
– no, Francis ya no– dije con un poco de desilusión en la voz.
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Salgo de mi habitación para encontrarme con Simón, quien me esperaba con una cara triste.
– Sigues sin cambiar de opinión?– Pregunto desilusionada.
– sólo usted podría cambiar mi decisión alteza– agachó la mirada y recupero la postura casi enseguida.
– lamento que mi decisión, le haga daño excelencia– sin poder verlo a los ojos salgo y subo a mi carruaje.
