Capítulo 2

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ALEXANDER.

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Trece años atrás.

La casa modesta, pero acogedora, donde crecí con mi hermana Laura y nuestros padres, se convierte en el escenario de mis recuerdos más profundos. La vida se tejía entre risas, discusiones y amor incondicional. En aquellos días, la universidad era un torbellino de experiencias nuevas y desafíos emocionantes. Mis días estaban llenos de libros y apuntes, pero también de secretos ocultos entre los pasillos y las gradas del estadio.

Recuerdo claramente aquel romance con un jugador profesional de fútbol de la universidad. Cada encuentro a escondidas, cada mirada furtiva, era como una película romántica prohibida que solo existía para nosotros.

Pero fue en aquellos días cuando conocí a Alexander, un joven y talentoso músico que se encontraba también en la universidad, su presencia era como una melodía suave y cautivadora que resonaba en cada rincón de mi corazón.

Entre partidos de fútbol y recitales de piano, nuestros caminos se cruzaron en circunstancias inesperadas. Alexander no era solo un talentoso compositor, era alguien con una profunda sensibilidad y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación.

La memoria se despliega, revelando aquel encuentro fortuito en el pasillo de la facultad, donde nuestras miradas se cruzaron por primera vez.

—¿Valeria? —Isabel y Adrián se habían acercado a mí.

—¿Por qué miras a Alexander? —había preguntado Adrián de repente—. ¿Sabes quién es él? Es un bravucón, o bueno, eso no existe aquí. Pero es un patán, cómo todos los músicos.

Isabel le dio un codazo.

—Pero Valeria está con Martín, y no pasará eso que piensas —se quejó Isabel—. ¿O no es así, amiga?

Dije que sí con la cabeza, y Alexander huyó de nuestras miradas.

Los recuerdos se despliegan como páginas de un libro, revelando no solo los momentos de alegría, sino también las tensiones que yacían debajo de la superficie de mi hogar.

Había muchos recuerdos vacíos en mi mente, algunos oscuros, otros con claridad.

Mi relación con Laura, mi hermana mayor, estaba marcada por un abismo emocional. Nuestras personalidades chocaban con una intensidad palpable. Cada interacción estaba envuelta en un velo de desconfianza y competitividad sutil, como si estuviéramos compitiendo por la atención de nuestros padres.

—Valeria, ¿por qué siempre tienes que ser tan dramática? ¡Cálmate por una vez en tu vida! —exclamaba Laura con exasperación, su tono lleno de frustración.

—¡No soy dramática, sólo estoy tratando de vivir mi vida sin tener que estar bajo tu sombra todo el tiempo! —respondía, mis palabras cargadas de amargura y resentimiento.

Los roces entre nosotras eran constantes, como dos polos opuestos que nunca lograban encontrar un terreno común. Los silencios incómodos y las miradas de reproche llenaban nuestra relación, creando una brecha que parecía insalvable.

La dinámica en casa era similar. Mis padres, sumidos en sus propias preocupaciones y trabajos, apenas lograban intervenir en nuestras disputas. Las cenas familiares eran ocasiones incómodas, donde las conversaciones se limitaban a formalidades y ajenas al verdadero estado emocional de cada uno.

De vez en cuando el amor incondicional se convertía en un océano de decepciones.

—¿Valeria, ¿cómo va todo en la universidad? —preguntaba mi madre, intentando generar una conexión que se había desvanecido con el tiempo.

Pecado MortalWhere stories live. Discover now