Capítulo 4

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INCENDIO EN LA BIBLIOTECA.

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Entré a la casa con un nudo en la garganta.

No lograba entender qué era lo que Alexander buscaba de mí. Sofía parecía no entenderlo. Sebastián estaba parado en medio de la cocina, arreglando su corbata. Se giró cuando escuchó mis pasos, mis tacones parecían ecos resonando por toda la casa.

Sofía le dio un beso en la frente y fue en busca de Andrés.

—Estoy sin palabras, Valeria, no encuentro explicación alguna sobre esto.

—Yo menos... —digo en voz baja. Sebastián se acerca un poco y toma de mi mejilla con un suave gesto—. ¿Por qué no nos vamos a la cama? Ya es tarde.

Él esbozó una sonrisa, al mismo tiempo que su sonrisa desvanecía.

—Valeria, ¿en dónde estuviste?

Mis ojos se volvieron cristalinos, cómo sí me hubiesen hallado el secreto entre mis nervios. Bajé mi guardia y mantuve la calma, sí mi ansiedad se notaba iba a ser demasiado obvio lo que había hecho. Todavía me había quedado un gusto amargo en la boca.

—Sofía me llevó a dar una vuelta en su coche —le respondí mientras tomaba de su mano—. No me sentía con ánimos de seguir en el hospital.

—Pero cuando llamé a Sofía tú no estabas con ella.

Maldije el ponerme aún más nerviosa.

—Es que... —mi voz tembló, no supe qué responder de inmediato—. Yo... Sebastián...

—¡Sebastián! —Sofía apareció detrás de mí—. Deja de molestar a tu esposa, ¿no ves lo cansada que está? ¡Ugh! Fuimos por un helado. Rompió su dieta, ¡tenía miedo de decírtelo!

Él comenzó a reírse.

—Amor, ¿por eso estabas muy preocupada? —Me tomó de la cintura suavemente—. Pero sí eres preciosa con o sin dieta. Puedes comer todo el helado que desees, no debes porque sentirte culpable.

Andrés llegó al pasillo somnoliento.

—Me tengo que ir —Sofía nos saludó con un beso en la mejilla a ambos y salió rápido por el pasillo. Fui detrás de ella para darle las gracias. Cuando llegué a la entrada de la casa, ella se giró y me abrazó—. Por favor, procura mantenerlo bajo siete llaves.

Se separó de mí y me guiñó el ojo.

Otra vez parecía que la oscuridad me ahogaba.

Luego de unos minutos, estábamos en nuestra habitación. Una de las mucamas había preparado un baño de sales, me sumergí en el agua tibia mientras observaba el cuerpo desnudo de Sebastián mirarse frente al espejo.

Sus facciones, su piel, las venas de sus brazos sobresalientes.

Cerré mis ojos y recordé el cuerpo de Alexander.

—¿Puedo hacerte compañía? —escuché su voz.

—Sí, ven —respondí.

Sentí como el agua se removía ante su llegada, la tina era demasiado grande para dos. Su mano me acarició la piel mojada, su tacto era tan suave que me derretía. Se sentía real que él estuviese allí.

—¿Puedo tocarte, Valeria? —Dije que sí con mi cabeza, y de inmediato noté como su mano se sumergió en el agua. Aún con mis ojos cerrados, podía seguir sintiendo su presencia. Sus dedos fueron torpes, encontrándose con mi zona íntima, y con su dedo índice, al encontrar mi clítoris, no dudó en masajear.

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⏰ Última actualización: Apr 17 ⏰

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