Capítulo 6

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Wiegenlied (Brahms)



Kastel

Lampyris el reino de noche, con luciérnagas que bailan vals y noches estrelladas en medio de un frío otoño que parece interminable. El sol se esconde rápido, acarrea sus caballos de fuego por el cielo, jugando a las escondidas entre nebulosas, días cortos y noches largas, el reino brilla, la gente baila mientras Galatea duerme. Velas y música, y lunas llenas.

Los más bonitos eclipses, sólo Lampyris los acuna. Su pueblo de polvo galáctico tiene 1,737.4 kilómetros que recorrer entre estrellas, 213 lunas que nos pertenecen por nombre e historia. Hermoso... Por lo tanto, a veces surge la duda fehaciente, se pega a tu certeza y la atrae hacia abajo de qué pasaría si bombardeamos el gran ser de luz azul, quizá sea por no conocer la atmósfera, una lluvia de micrometeoritos desplegada en el cielo nocturno, sería tan hermoso como obsceno.

Buscaremos vida y nos toparemos con mares lunares y astroblemas, tendremos en vez de luz, carbón en las manos. Recogeremos el cuerpo celeste en nuestros brazos y nos nacerá la necesidad de volver a ser el Apolo 17 porque no podríamos verla nacer como el Apolo 11 pero sí la miraríamos por última vez a los ojos. Y no veríamos el segundo de la explosión veríamos los cuatro mil quinientos millones de años que tardó en saber quién era, cómo cuando eligió nombre y pasó por el griego, el latín y terminó en el epíteto del protoindoeuropeo. Se iría un lunes, su día predilecto para ser lo más cruel que se podría.

Claro que Caronte se burlaría incluso en esas situaciones, nunca le veremos la cara oculta a la luna y no sabremos si llora.

Porque hasta el astro más brillante en la oscuridad...

Depende del sol. O de las mariposas.

Detengo el golpeteo de mi manos en mi escritorio, el ruido vacío se detiene por completo, la melodía cesa y con ella la burbuja que perseguía mi problema más grande del momento se rompe y mi línea de pensamientos se ahoga, tengo que sacudir mi cabeza para volver a centrarme en dónde estoy, en ese mismo momento, como si se tratara de un complot, dos guardias aparecen sin tocar la puerta, mis manos quedan a medio camino de mi espada por el ajetreo en mi cabeza manteniéndome alerta.

—Vestigios de un temblor, majestad —avisan, no terminan de decirlo cuando vuelvo a ver los cuadros sobre la pared y un leve movimiento se hace notar en ellos. ¿Hace cuánto estoy perdido en mis pensamientos?

—¿Mi madre está segura? —camino hacia la salida de la sala, sin pensarlo dos veces con los guardias siguiéndome el paso, luego de haber recogido mi espada. Una sombra me perturba, la guerra me muerde los talones y mantiene mi cabeza erguida, es el esqueleto que se esconde dentro de mí procurando mantener mi posición. Y es aterrador pensarlo cada dos segundos, puede estar viviendo mi vida cotidiana y salta como un pensamiento fugaz para desaparecer, pero deja un mal sabor de boca de todas formas.

Tengo que recordarme constantemente volver al presente. Aunque la guerra exista aún no la palpo con las manos. No tengo miedo, si habrán manos manchadas, las habrá pero..., hay cosas que no cierran del todo.

Los grandes candelabros encima de mi cabeza tintinean, haciéndome fijar en el camino, los cristales se golpean entre ellos, un descuido y serán escarcha sobre el piso encima de nuestra escarchada sangre si algo sale mal con ellos.

El pensamiento, en algún punto, tenta con causarme gracia. La vida me ha causado mucha gracia en el último tiempo por más que no parezca de esa forma, pero el pequeño hecho orgánico de suponer, de nutrir y velar por ti mismo, nada se podría comparar a este hecho inherente, y me estoy riendo por dentro de un candelabro lleno de sangre.

Un Cuento de Hadas Contado por el VillanoWhere stories live. Discover now