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Un cielo anaranjado, brillante y despejado como nunca, deslumbró al ingeniero Kinias Geppetto, mientras viajaba en su BMW de conducción automática.

—¿Sera que algún día crearemos un cielo como este?

Los altos edificios, puntiagudos y luminosos, taparon su vista. Ya estaba en el centro de la ciudad Kraufea. El coche se detuvo en la entrada de la corporación Wavolve, el edificio más notorio en la ciudad.

—Bienvenido, señor Geppetto, están impacientes —lo recibió una mujer adulta con traje.

—Y eso que llegué quince minutos antes, los militares son muy difíciles —bromeó.

Agarró el maletín negro que estaba en el asiento del copiloto y subió al ascensor, junto a la señorita, que marcó en el tablero como destino el piso noventa y cinco.

Apenas llegaron a dicho piso, un rayo láser los escaneó de pies a cabeza, y recién les permitió salir del ascensor. Una seria de gruesas puertas de acero fueron abiertas frente a ellos mientras avanzaban por un estrecho pasillo rojo. Tras pasar por la última, una hecha de oro, accedieron a un salón enorme y oscuro. La mujer hizo un par de aplausos y de inmediato se iluminaron muchos tableros en la pared, mostrando números, gráficos, vistas aéreas de un páramo cubierto de nieve y un mapa del mundo con varios puntos negros esparcidos en su superficie.

En el centro de salón se iluminó una mesa, alrededor de la cual muchos hombres vestidos con traje formal y militar estaban sentados. Llevaban lentes de realidad virtual, conectados a un computador que estaba en el centro de la mesa.

—¿Estoy interrumpiendo algo? —exclamó Geppetto.

—Empiece con su explicación, lo escucharemos atentamente —respondió uno de los militares.

—Antes de venir aquí, pasé por el taller de la corporación Acutachine. Las piezas faltantes llegaran dentro de una hora más o menos. Aparte, necesito hacer unos cuantos ajustes con la inteligencia artificial, eso me tomará un par de horas. Cuando la configure y traigan las piezas, nada más faltaría integrar la fuente de energía para considerar el proyecto exitoso y terminado.

—Excelente, señor Geppetto, ¿no está emocionado porque ya culminaremos este proyecto de cinco años?

—No tan emocionado como ustedes por usarlo —bromeó.

Algunos militares se quitaron sus lentes de realidad virtual y lo juzgaron con su mirada.

—¡Lo llevare de vuelta! ¡Escucharon que no falta mucho para celebrar el éxito, será mejor apurarnos! —dijo la señorita, mientras empujaba a Geppetto fuera del salón.

Entonces, regresaron al ascensor, pero esta vez el destino era el piso menos veinte, el último piso subterráneo del edificio.

Pasaron a través de un pasillo similar al que atravesaron antes. Llegaron a un gigantesco laboratorio donde muchos individuos con bata y chalecos de seguridad estaban enfocados en la construcción de diversos robots, tan grandes como un elefante.

Geppetto ignoró los saludos y los sonidos de maquinaria, caminando rápidamente. Se detuvo en una puerta roja, hecha de acero. Introdujo una clave en el tablero, y la puerta se abrió, dejándolo pasar junto con la secretaria.

Adentro había dos hombres con chaleco de seguridad, que estaban soldado partes de un robot humanoide, del tamaño de un adolescente.

—¿Qué dicen las noticias? —preguntó Geppetto, antes de saludarlos.

—Buenas noches, señor Geppetto, pensé que usted estaría más informado que nosotros.

—Saben que desde hace mucho no veo las noticias. ¿Qué me pueden contar?

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⏰ Última actualización: Apr 16 ⏰

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