Capítulo 3 |

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La barra del Jungle's está atestada de gente a la que le importa tres cominos romperle una costilla a alguien a codazos con tal de hacerse con una bebida

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La barra del Jungle's está atestada de gente a la que le importa tres cominos romperle una costilla a alguien a codazos con tal de hacerse con una bebida. Los gritos son atronadores y vienen de todas partes, el tintineo de las copas es constante y las risas estridentes de la multitud hacen eco en mis pensamientos.

Estoy justo en el epicentro del conflicto de la fiesta, sentada en uno de los taburetes que preside el mostrador. Sería tan sencillo como levantarme e irme a una zona menos concurrida, pero el mojito me ha hecho más efecto de lo esperado y sé que si me levanto no daré dos pasos y ya me habré comido el suelo. Así que me limito a seguir machacando las hojas de menta contra el hielo que todavía no se ha derretido en el fondo de mi vaso.

—¿Quieres algo más? —me pregunta el barman.

Niego con la cabeza y él se gira de forma automática hacia el siguiente cliente ebrio de la cola. Es una verdadera suerte que lo haya hecho antes de que me pusiera a explicarle llorando a moco tendido lo triste que es mi vida ahora mismo.

Miro al gentío que me rodea y, como de costumbre, me siento ajena al frenesí que sienten por vivir. La cabeza me da vueltas y apenas consigo salir del bucle de autocompasión en el que yo misma me he metido minutos atrás.

Me gasté todos mis ahorros para mudarme a Los Ángeles, ¿para qué? Trabajo como becaria en una editorial en la que me pagan una miseria y me dejo la mitad del sueldo en un apartamento que ni piso porque las dos únicas caras conocidas que tengo en esta maldita ciudad se pasan el día poniendo en práctica el kamasutra en él. Ya no sé qué es más preocupante, si el que evite pasar por mi propio departamento o el que solo me relacione con dos personas en la actualidad.

Y, por si fuera poco, es viernes noche y estoy a un solo mojito de distancia de marcar el teléfono de mi madre. Obviamente no lo haré, no voy a darle el gusto de saber que he vuelto a equivocarme porque sé que es lo que ha estado esperando desde que me marché de Wisconsin para estudiar en la universidad una carrera que además ella no aprobaba. Me muero por ver la cara que se le queda cuando le diga finalmente que he acabado abandonando la mayor parte de créditos porque soy incapaz de despegarme de las sábanas cuando me despierto.

Sacudo la cabeza en un intento de eliminar esos pensamientos que el alcohol me ha traído de vuelta y me centro en el motivo por el que estoy aquí esta noche.

Darren está sentado en una de las mesas que hay al fondo del local, celebrando el éxito de la exposición rodeado de amigos y algunos de los asistentes de la misma. Kim, la chica de la galería que parecía una muñeca renacentista, me dijo que luego de la inauguración harían una reunión más dispersa a unas calles de distancia y, bueno, aquí estoy.

Me encantaría decir que he elaborado un buen plan de acción para acercarme a él, pero la realidad es que no he hecho más que observar en la distancia.

A primera vista luce calmo, inclusive distraído, pero no es difícil deducir que no es más que una fachada por la forma en la que su mano resigue con impaciencia reincidente las curvas de cristal de su copa. Su rostro está ligeramente ladeado hacia la persona a su costado, como haciendo ademán de escuchar lo que sea que le está diciendo, pero bajo esos negros rizos sin definir que le cubren la mirada solo se esconde un profundo desinterés. Aborrece la conversación de la que está siendo partícipe así se esfuerce en disimularlo asintiendo de vez en cuando o interpretando una media sonrisa, y sus ojos no paran de desviarse hacia la pista, como si buscase a alguien.

Llueven sueños sobre Main StreetWhere stories live. Discover now