015

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Abrí los ojos lentamente, volviéndolos a cerrar ante la luz cegadora que había iluminando el lugar.

Todo estaba en completo silencio, excepto por el pitido de una máquina a mi lado. Las paredes blancas me hacían saber que no estaba en mi habitación.

Me centré en mi brazo tendido sobre la cama. En mi dedo índice había como una especie de mordaza que me presionaba la yema del dedo y vibraba con el latido de mi corazón.

Probé a moverme, pero me pareció imposible. Distinguí junto a mí la figura de un hombre sentado. Lo miré entornando los ojos y después de unos segundos logré llamarlo:

—Norman...

Fue un susurro apenas audible, pero Norman se sobresaltó. Alzó la vista en mi dirección, se puso en pie de golpe y en el acto, tiró al suelo un vaso de plástico con café. Se precipitó a mí y me miró tan emocionado que la cara se le puso roja. Al cabo de un instante, salió a la puerta.

—¡Enfermera! —gritó—. ¡Llame al médico, enseguida! ¡Ha despertado, está consciente! Y mi esposa... ¡Anna! ¡Anna, ven, se ha despertado!

Unos pasos apresurados hicieron eco en la habitación. Al momento, en el lugar aparecieron las enfermeras pero, antes que nadie, una mujer se asomó a la puerta, apoyándose en el marco; estaba tan emocionada que comenzaron a bajar lágrimas por sus ojos.

—¡Rigel!

Anna se abrió paso entre los presentes, llegando hasta a mí y aferrándose a mi manta. Me miró a los ojos, presa de una desesperación incontrolable.

Nica y Adeline también entraron a la habitación, quedándose al margen, aún así viendo sus grandes sonrisas, aunque una extraña mirada.

—¿Me ves, Rigel? —preguntó con voz clara una mujer—. ¿Puedes verme?

Traté de mover un brazo, sintiéndolo inmovilizado. Observándolo, pude ver que la razón de aquello era un vendaje.

Los médicos me hicieron algunas preguntas para comprobar si estaba realmente bien, cosa que así fue.

Una vez todo el personal sanitario salió de la habitación, Anna volvió a hablar:

—También está aquí aquel chico que estaba con vosotros. ¿Cómo se llama? —preguntó, más para sí misma que para los demás—. Ah, sí, Lionel. Él fue quien dio la alarma, la policía lo interrogó, pero quieren saber...

—¿Dónde está? —pregunté, viendo que todos parecían ignorar que Meissa también estaba ahí, que fue quien me salvó.

—En la sala de espera, justo aquí delante.

—Anna —mi voz salió extrañamente temblorosa, y observé como Nica miraba el suelo—, ¿dónde está?

—Ya te lo he dicho, está aquí fue...

—¿Dónde está Meissa?

Tras aquella pregunta, se instaló en la habitación un silencio sepulcral. Anna abrió los ojos más de lo normal, cristalizados rápidamente, y Norman se pasó las manos por la cabeza repetidas veces. Nica y Adeline no me miraron en ningún momento, pero podía ver sus manos temblar.

—Está bien, ¿verdad? —pregunté, esperando una respuesta positiva—. Fue ella quien me salvó, ¿por qué no la mencionáis?

Ante el silencio de Anna y Norman, Nica suspiró profundamente, sosteniendo mi mano suavemente.

Esto no iba bien.

—Rigel —me habló con voz dulce—. ¿Recuerdas lo que pasó esa noche?

Asentí, despacio.

STELLE, rigel wilde Where stories live. Discover now