XXXI. La muerte de Cael | ⑱

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De regreso en Winchester, Locrian finalmente pudo acabar de leer su primer libro, y aunque no le gustó, todo lo que sentía era orgullo de sí mismo y la obvia urgencia de ir con Primrose a hablar de este, de contarle sobre los personajes, de decirle que mediante la lectura podía prácticamente ver una obra de teatro en su mente.

Pero aquello sería la noche siguiente, ya que la joven había ido a pasar la noche con Colin a la casa Baudelaire, al parecer se hicieron grandes amigos mediante constantes cartas, y querían hacer una "noche de rumores" para contarse todo lo que la tinta no alcanzaba a escribir.

Elliot estaba reacio ante la idea de dejarla a ir a un lugar como ese, pero confiaba en el buen juicio de Madame Baudelaire y en su promesa de cuidarla; además, Locrian le había dicho que las cortesanas eran bastante respetuosas con las muchachas que simplemente iban ahí a desempeñar otras funciones, tales como el aseo o servir bebidas, jamás las presionaban a hacer algo que no quisieran. Eran maternales y sororas.

Pero no fue únicamente por eso que permitió que la rubia se fuera, sino porque quería hablar con Locrian, necesitaba una instancia sin ella para poner un punto final a aquella situación que habitaba en la mansión Cruthadair. Y el gitano lo sabía, sabía que Elliot se había decidido a terminar con aquel triángulo amoroso, con aquella discordia y constante tensión.

—Necesito hablar contigo, Locrian —dijo esa voz ronca al ingresar a la biblioteca. El gitano cerró el libro que sostenía.

—Pues te has tardado —sonrió en forma de burla.

Elliot no se hallaba enojado, tampoco amigable, sino serio. Tenía una actitud que no requería de violencia alguna para ser aplastante.

—Ahora que Primrose no está, es momento de que podamos hablar de hombre a hombre sobre esto.

—¿De hombre a hombre? De acuerdo, ¿yo y quién más?

—No estoy jugando, Locrian.

Como el completo rebelde que era, y a sabiendas de que probablemente el mayor le recriminaría algo de modo desagradable, tomó asiento en una de las sillas, prácticamente se desparramó sobre aquel mueble con un ansioso desinterés.

—¿Estás enojado conmigo? ¿Enojado de que a ella no le importe disimular frente a ti cuánto me desea? ¿Herido porque su boca tiene el sabor de mis besos... además de otras cosas? —Subió una ceja—. Apuesto a que te hierve la sangre el que yo siempre esté ahí, que sea una piedra en tu zapato.

Elliot se sentó también, no cayó en sus provocaciones.

—¿Solo por eso te acuestas con ella? ¿Para molestarme? —inquirió Ballard con calma.

—¡No todo tiene que ver contigo! —Rodó la mirada—. Solo adivino las cosas que me dirás, lo que piensas sobre mi relación con ella.

El rubio inhaló profundamente. Quería mucho a Locrian, siempre lo hizo, siempre veló por su bienestar y porque este siguiera un camino correcto, pero en cuanto a él y a sus jugueteos con la rubia, era algo que ya no podía seguir, por el bien de todos.

—Deja de jugar con los sentimientos de Primrose, Locrian. Deja de confundirla —sentenció Elliot.

—No estoy jugando con ella —contestó el gitano sin mover su postura, pero con una mirada aguda sobre el más alto, mirada que ardía tanto como el de la chimenea que iluminaba aquel vivero de libros.

—Lo estás haciendo. ¿O qué vas a hacer? ¿Pedir su mano? ¿Tener una familia con ella? ¿Tú?—preguntó—. Todo esto terminará mal, porque eso es lo que ella espera, y nunca serás capaz de darle algo serio.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora