XXXIII. Amor completo | ⑱

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Elliot fue el primero en despertar al sentir el aroma de la sangre en la habitación. ¿Por qué había sangre en un sitio así? Locrian también despertó, adormilado, agotado y vencido por todo lo que habían hecho; pero lo que vieron los congeló a ambos, simplemente no supieron cómo reaccionar al ver a Primrose en el piso, con su cabecita apoyada en el borde de la cama.

Elliot se asustó, iba a intentar despertarla, pero Locrian llevó su índice a sus propios labios, señalándole que guardara silencio, pues ella solo estaba dormida. La sangre que se olía no era más que tres vasos llenos de aquel líquido caliente, situados sobre una bandeja que ella misma les había traído. Era sangre de cordero, de aquella que almacenaban en la cocina.

Los vampiros se miraron mutuamente. ¿Los había descubierto y, aun así, su primera reacción fue ir hasta la cocina, prepararles algo de sangre para que recobraran las fuerzas, y dormirse ahí para no molestarlos?

El gitano la alzó con cuidado, trajo ese liviano cuerpo hasta la cama, y la recostó entre ambos. Ballard permanecía alarmado, pues su preocupación siempre fue no herirla, y ella los había atrapado.

Antes de que la mente de Elliot se tornara más culpable, ella soltó un sonidito perezoso, como un quejido al ser despertada, y frotó sus ojos para luego abrirlos. Primrose se encontró con la mirada de Locrian, luego miró a Elliot, y pudo recordar la feliz escena que encontró al volver de su estadía con Colin.

Toda la habitación tenía el aroma inconfundible de ambos. Habían hecho el amor y eso, increíblemente, llenaba a la joven de tanta dicha que antes de que cualquiera diera alguna explicación, besó al gitano, luego besó a Elliot, y como si ninguno quisiera despertar de aquella fantasía, entre ambos removieron el vestido de la joven.


Los minutos pasaban, y los jadeos y gemidos en el cuarto de Elliot no tenían cese. Ella montaba al rubio, su pequeño cuerpo se mecía una y otra vez sobre aquel miembro que abría su fruto. Mientras, Locrian, justo atrás de ella, la tocaba con propiedad y le brindaba los más húmedos besos; la sodomizaba marcando el ritmo que los tres adquirían.

Elliot tenía una visión exquisita de su miembro entrar y salir de ese pequeño sexo, mientras que las manos del gitano, así como las suyas, corrompían la blanca piel de la chica sin ningún recato. Locrian lamía el cuello de Primrose, dedicaba su mirada tan magnética al mayor, lo provocaba, lo invitaba a ese paraíso en el que los tres se estaban sumergiendo. Ya no existía la confusión, no existía la culpa, ya no debían disfrazar sus deseos como un juego de poderes.

Locrian bebió de la nuca de la joven, Elliot bebió de su cuello.

—Los... los amo. ¡Los amo a ambos! —gimió ella, completamente llena y a merced de sus hombres. Pero incluso al llenarla de su culmen tanto como quisieron, no tuvieron suficiente; a los tres los poseía un ímpetu que solo podía ser calmado con varias catarsis de amor.

Ella se recostó boca abajo. Mordió la almohada para acallar sus lastimeros quejidos y separó bien sus piernas para que su glaseado sexo quedara a disposición de Locrian, como una pequeña raya enrojecida y húmeda, acompañada del pequeño botón más arriba que él había llenado minutos atrás.

¿Cómo podía Locrian resistirse a algo así? Ella parecía una criaturita en celo, así que la penetró de inmediato y sintió cómo el semen caliente que Elliot había dejado en ella, rebalsó e impregnó también su sexo. Todo aquello casi tan a la par que Elliot lo comenzaba a embestir a él.

—Aquí en medio no voy a resistir mucho, mierda... son tan despiadados.

Elliot le dio una nalgada que resonó en la habitación, luego jaló su cabello para atraer su boca hasta la suya, le regaló un beso para que dejara de quejarse. Locrian le llevó el sabor de ese ósculo a la joven, la cual ni siquiera sabía gestionar el volumen de su voz.

Los vasos estaban vacíos, así como el sol volvía a salir. Elliot estaba recostado en medio de ambos, disfrutando de los besos que sus dos amores le regalaban por turnos, los tres se hallaban extenuados, compartían ósculos somnolientos. Tanto ella como el gitano reposaban sobre el pecho de Ballard, y él los abrazaba a ambos.

—Son míos, los dos son míos. Solamente míos —murmuró el rubio.

—Somos tuyos... —contestó la rubia, quién apenas podía abrir los ojos—. Soy muy feliz... no quiero que esto se acabe.

—No se va a acabar nunca, estaremos juntos para siempre —susurró Locrian—. Solo nosotros tres por la eternidad.

—Los amo, a los dos —confesó Elliot, ellos le correspondieron. Luego se quedaron dormidos.


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Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora