Epílogo

8 0 0
                                    

Mis ojos se sienten cada vez más pesados, pese a esto lucho por abrirlos. A mi lado hay un Sam tirado con el cuerpo hacia el suelo, algunas gotas de sangre escurren en el suelo, le resto importancia a mi condición con tal de saber lo que ha sucedido. Lo muevo varias veces hasta que sus ojos se abren lentamente.

—¿Estás bien, pequeña?

—Luces medio muerto, ¿y te preocupas por mí? —replico—. Debemos buscar ayuda, estas sangrando también.

Él niega con la cabeza.

—Estamos jodidos. —Algunas lágrimas escurren por sus mejilla—. No hay nada que nos pueda salvar, pequeña, quiero que recuerdes que te amo.

Niego varias veces con la cabeza, él me empuja hacia sus labios y los ataca en un beso desenfrenado, chasquea sus dedos hasta llevarnos a una especie de habitación. Pasa sus manos por mi cuerpo hasta hacerme sanar las heridas, hace lo mismo consigo mismo. Al parecer recupera sus fuerzas, sus labios carcomen mi cuello, su acto genera un temblor en mi zona íntima.

—Amor —digo con dulzura—. ¿Qué haces?

—Pequeña, si no me frenas, haré algo de lo que tanto esperamos hacer. 

—Entonces no pares, Sam.

Sus manos dejaron a mi torso libre de ropa, atacó desde mis clavículas hasta las costillas con besos húmedos. Se detiene para desnudarse, así que toma lugar en la cama para luego ponerme encima de él.

—Haz lo mismo, por favor, pequeña.

Su melosa voz me es una bendición en los oídos, así que le imito, suelta pequeños gemidos, sus manos se aferran a las sábanas.

—¡Tantos años que esperé, me hicieron dar cuenta que valió más que el mundo!

Llego hasta su zona especial la cual no dudo en comer, él indica algo que debo de hacer y cosas que no. Al final le termina gustando el ritmo. Tras unos segundos me pide parar, me acuesta y es él quién ataca mi zona, su lengua es ágil como una víbora y la delicadeza es similar a un algodón de azúcar.

—Hazlo, Sam, haz lo que debes hacer.

Toma su miembro para introducirlo con cuidado, deja caer un poco su cuerpo y deja besos en mi mejilla.

—No llores, pequeña, no lo hagas, quiero que disfrutes, deja el dolor a un lado —ruega—, te amo, no sufras.

Intento relajarme, sus dedos se deslizan suavemente por mis pechos, su respiración se centra en mi cuello a lo igual que sus deliciosos labios. Estando a dentro de mí, se queda estático por un instante, tras unos segundos hace un leve movimiento; tan lento como una esperada de lluvia. Para tal momento, dentro de mí se siente un ligero placer y el dolor intenta desvanecerse con paciencia.

—Muévete más rápido.

Sonríe un poco. Sus labios se unen a los míos, su velocidad aumenta un poco y luego se detiene a secas para salir. Su acción me irrita de cierta forma. Se acuesta a un lado para abrazarme.

—Tenía que hacerlo, no quiero lastimarte.

Formo un puño con mi mano.

—Sam, siento jodidamente rico, luego te las arreglas para que no duela —ordeno—. Pero por favor, dame una increíble noche.

Sus orbes brillan con mirarme, me ayuda a sentarme en la cama, pone dos almohadas y sobre esta me ordena a ponerme de pecho. Una vez bien abierta, se coloca de nuevo a dentro, posa su mano sobre mí vientre, desaparece todo el dolor dejando el mero placer. Sus movimientos siguen siendo lentos, lo cual comienza hacer temblar mis piernas.

Nuestro pacto (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora