𝐂𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨

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𝑪𝒉𝒂𝒏

Bubba no tardó en aparecer con Kkami. No estaba seguro de lo que había estado esperando. ¿Tal vez que volviera solo? Pero no. Yo no era tan afortunado. Llamó a la puerta trasera, su expresión tímida y más que un poco recelosa. Probablemente porque parecía que Kkami y él se habían pasado casi una hora (chequé el reloj sobre la estufa) juntos revolcándose en el barro.

Tenían suerte de que hiciera calor para ser septiembre o cualquiera de los dos podría haberse enfermado.

Debería haber enviado a Bubba a casa con su papi.

Pero no lo hice.

Quizá porque me caía bien.

Quizá porque me sentía solo.

En vez de eso, abrí la puerta de par en par. Kkami lamió el agujero de mis vaqueros al pasar mientras me saludaba antes de acomodarse en la cama que le había preparado en un rincón de la cocina. Tenía camas por toda la casa. También juguetes. Me gustaba verlo cómodo, y sabía que lo mimaba más de lo que debería. Me daba un poco de vergüenza, la verdad. No es que fuera algo de lo que avergonzarse, porque no lo era. Kkami era familia, y me sentía bien de cuidarlo ya que él me cuidaba a mí.

Exhaló un largo suspiro antes de dar vueltas por la cama, en las mantas para cambiarlas de sitio, como si pensara que estaría más cómodo de esa manera, y luego se tumbó de nuevo, con su pequeña nariz negra moviéndose.

Mientras se movía, Bubba lo miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, como si nunca hubiera visto nada más asombroso en su vida.

Quizá… por eso le había invitado a quedarse.

No por las otras cosas que había enumerado antes.

Obviamente.

—¿Quieres chocolate caliente? —le ofrecí, ya en movimiento hacia el armario donde lo guardaba. El chocolate siempre había estado presente en nuestra familia, aunque algunos de nosotros habíamos dejado de vivir el estilo de vida de chocolate cuando nos habíamos mudado de casa. O, en el caso de Wonho, se había vuelto un snob del chocolate y había empezado a prepararlo desde cero.

Pero yo no.

Tenía unos cuarenta sabores diferentes de polvos prefabricados en el armario. El orgullo se me subió al pecho en cuanto oí la aguda respiración de Bubba. El adorable duendecillo salpicado de barro se quedó mirando la colección, con la mandíbula en el suelo, y su cabecita rubia apareció como por arte de magia junto a mi codo.

—Tienes como un millón de tipos ahí arriba —dijo, asombrado pero desconfiado—. ¿Cómo es eso? —Me miró con recelo, como si pensara que estaba a punto de admitir ser un maldito adicto al chocolate.

—Me gusta. —Me encogí de hombros, bajé mi sabor favorito, y empecé a mover cacerolas por mi alacena hasta que encontré la que buscaba—. Toma la leche de la nevera, ¿quieres? —Miré por encima del hombro la luz salía de la nevera abierta y la diminuta figura de Bubba se encorvaba—. La leche entera, no descremada. —Devolvió la que había tomado, como si le hubiera quemado, antes de tomar la correcta y caminar hacia mí con ella como si pesara seis kilos y no dos.

Resopló, con las mejillas enrojecidas y las pecas desapareciendo con el rubor, mientras yo le quitaba la leche y la ponía suavemente sobre la encimera. Esperé un momento para ver si necesitaba su inhalador, pero no lo sacó, sólo suspiró y se sentó a la mesa con sus grandes y curiosos ojos verdes, del mismo tono que los de su padre… no es que los tuviera memorizados ni nada de eso.

𝑴𝒚 𝒏𝒆𝒊𝒈𝒉𝒃𝒐𝒓'𝒔 𝒅𝒂𝒕𝒆 / ChanjinWo Geschichten leben. Entdecke jetzt