Capítulo 30 | La luz al final del túnel.

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Capítulo 30 | La luz al final del túnel.


Volví a pasar el resto de la semana metida en la cama, deprimiéndome y releyendo las conversaciones y las fotografías de Jake junto a mí. No paraba de pensar en cómo sería su vida, es decir, mientras yo estoy aquí, en la cama metida pensando en él, ¿él qué estará haciendo? aunque no sé si es mejor no pensarlo. En ese momento sonó mi móvil. Siempre que me sonaba tenía la mínima esperanza de que fuera él, sin embargo, siempre me llevaba la misma desilusión de siempre.

Evelyn.

Pensé unos minutos en contestar, pero finalmente descolgué por si era importante.

— ¿Estás bien? –preguntó preocupada al otro lado del teléfono.

— Pues... ahí voy, Evelyn. Ahí voy. –suspiré mirando hacia otro lado.

— Teníamos una consulta hace dos horas. –recordó.

Mierda. Mierda, mierda y más mierda.

— ¿De verdad? Lo siento muchísimo, se me ha ido el santo al cielo. Discúlpame. –dije pegando un salto de la cama y cogiendo ropa que ponerme.

— No te preocupes, por lo menos sé que estás bien. ¿Te vas a pasar por aquí, o atiendo a mi siguiente paciente?

— No. –negué–. Ya voy para allá.

Una vez allí, corrí hasta tocar la puerta de su consulta.

Solté una bocanada de aire debido a la rapidez que me había dado para llegar.

— Adelante. –me permitieron el paso desde el otro lado.

Pasé y me senté en la silla de siempre.

— ¿Cómo vas yendo, Emma?

— ¿Si te digo que todas las noches le envío mensajes de voz a un número que ya no existe que fue de cuando se lo cambió me llamarás loca? –dije apenada.

— Por supuesto que no. –me cogió la mano–. Es complicado dejar ir a la persona que quieres, pero es muy importante para sanar y evolucionar psicológicamente.

— Lo sé, pero no es tan fácil. No cuando ha significado tanto para una persona. –dije moqueando, Evelyn me tendió unos pañuelos.

Siempre que venía siempre se los gastaba.

— Emma, el amor no mata, pero sí que duele. Por esa razón debes dejarlo ir y seguir adelante. Es tu momento de sanar y de pensar en ti.

Esa frase resonó en mi cabeza durante unos minutos. Quedé pasmada. Evelyn me tuvo que chasquear los dedos para devolverme a la realidad y salir de mi trance.

Nos quedamos un par de horas hablando e intentando ayudarme, pero no me sirvió de nada, porque cuando llegué a casa, volví a meterme en la cama para emborracharme.

Cuatro días después de la última conversación con la psicóloga empecé a analizarme en el espejo. La ropa había dejado de estarme bien a causa de la pérdida de comida, pero tampoco había tenido las fuerzas suficientes para levantarme e ir al centro comercial y comprarme prendas de ropa. Invertía la mayor parte del tiempo en el teléfono, sobre todo en la galería. Las ojeras negras debajo de mis ojos empezaban a marcarse cada vez más y la mandíbula se me notaba mucho más.

Apagué la luz del cuarto de baño y volví a la cama. Sin embargo, las palabras de mi psicóloga resonaban en mi cabeza una y otra vez. El amor no mata, pero sí que duele esa frase hizo un clic en mi cabeza. Aprender a soltar y seguir adelante. Es mi momento de sanar y priorizarme. Inhalé y exhalé un par de veces intentando organizar mi cabeza, sin embargo, llegué a una conclusión que hace unos meses veía a años luz.

Me levanté de la cama y empecé a limpiar mi habitación, me sorprendí de mí misma porque esto hace dos meses no lo habría hecho ni loca. Fueron sus palabras las que me hicieron darme cuenta que esta no era la solución.

Harper entró de golpe.

— No me puedo creer lo que estoy viendo, Em. ¿Estás limpiando tu habitación? –dijo sorprendida.

— Me he cansado de quedarme en la cama tirada esperando algo que no va a venir. Quiero cambiar y ser mejor. –dije tirando la pila de pañuelos que habían tirados en el suelo–. Se acabó eso de pasarme los días llorando y depresiva todos y cada uno de los días. –dije con dureza. Hasta a mí me sorprendió la firmeza con la que lo dije.

— Estoy... –me observaba atónita–. ¿Cómo has llegado a esa conclusión? Me alegro muchísimo por ti, pero es que hace unos meses veía esto imposible.

— He hablado con la psicóloga y.... hoy he visto las cosas de otra manera. Nadie muere de amor. Y yo no voy a ser la pringada que lo experimente. –me puse firme–.

— Estoy muy orgullosa de ti. –avanzó para darme un abrazo.

— ¿Cocinamos algo hoy? –propuse.

— Sí. –afirmó como si fuera increíble.

Bueno, técnicamente lo es.

Pasamos el resto de la tarde haciendo una tarta de chocolate, quería recuperar el cuerpo que tenía antes, quería volver a sentirme yo misma. Tenía ganas de experimentar y hacer locuras, quería vivir la vida y rodearme de personas que me querían y se preocupaban por mí, por eso, llamé a mis padres:

— ¡Mamá! Hola, ¿qué tal estáis? –pregunté pausando la serie que estábamos viendo Harper y yo. Hasta yo me sorprendí del tono de alegría que estaba empleando.

— ¡Hola, Em! Yo debería preguntarte cómo estás, ¿cómo lo llevas?

— Genial, estoy sorprendentemente bien. La última visita a la consulta me dio mucho que pensar y fue como un rayo de luz al final de un túnel oscuro.

— ¡¿De verdad!? No te puedes imaginar cuánto me alegra por fin poder oír eso. –casi pude ver su gran sonrisa–. CHARLIE APAGA LA TELEVISIÓN ESTOY HABLANDO CON NUESTRA HIJA. –interrumpió–. Perdón, es que le da por poner la televisión justo cuando estoy hablando contigo.

— No pasa nada, sólo quería saber cómo estabas. –le resté importancia.

— Estamos genial, cielo. En breve iremos a visitarte.

— Perfecto.

Colgué la llamada y guardé mi móvil.

Acabé con una idea clara al final del día; no iba a dejar que nada ni nadie acabase conmigo. Ni físicamente ni mentalmente, ahora ya sabía lo que era estar verdaderamente mal y no iba a dejar que nadie volviera a trastocarme los planes de la manera en la que lo hizo él.

¿Estás segura? 


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