Capítulo 3

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Sergio estaba mirando por la ventana de su habitación cuando por fin regresó Max con paso seguro. Estaba bien. No había podido evitar preocuparse por él y en esos momentos fue a abrir la puerta de su habitación para oír la conversación que tenía lugar en el piso de abajo.

–Estaremos en Londres a la hora de la comida– dijo Sebastian con satisfacción.

–¿Estás seguro de que quieres marcharte tan pronto, Max?– preguntó Lando en tono divertido–. ¿Es que no te está esperando nuestro sexy anfitrión? ¡Te apuesto lo que quieras a que no consigues acostarte con él antes de mañana!

Sergio se arrepintió de haber estado escuchando, palideció y se le encogió el estómago. Cerró la puerta con cuidado, ya que tenía miedo de que cualquiera de sus actos pudiese ser entendido como una invitación. Lo tenía claro: algunos hombres pensaban, hablaban y se comportaban como auténticos animales. Y Lando Norris era sin duda uno de ellos. Se preguntó si los tres estarían dispuestos a hacer la apuesta. Era evidente que los amigos de Max los habían visto besarse y habían malinterpretado el beso. Se sintió avergonzado. Nunca había sido tan consciente de su falta de experiencia en el ámbito sexual. Un hombre realmente seguro de sí mismo habría salido de la habitación nada más oír hablar de una apuesta para bajarle los humos a Lando y dejar claro que aquellos comentarios machistas no le hacían ninguna gracia, pero Sergio se quedó dolido y humillado y lo único que se le ocurrió fue cerrar la puerta con llave antes de meterse en la cama.

Y entonces fue cuando pensó en el beso. El recuerdo de su estúpida rendición fue como una bofetada. Había permitido que lo besara, no había hecho nada para evitarlo. Y, lo que era todavía peor, había disfrutado del momento. Tal vez los años de autocontrol y represión habían hecho que fuese tan vulnerable a un acercamiento así; tal vez fuese el solteron que tanto se había temido ser. Se puso tenso al oír un ruido delante de su puerta y su mente hizo una desagradable deducción al oír que llamaban con suavidad. Se quedó inmóvil, no hizo nada, no dijo nada, le ardía el rostro.

A la mañana siguiente tenía ojeras y estaba pálido. Se levantó temprano para prepararles el desayuno a sus huéspedes. Oyó hablar a Max antes de verlo aparecer y se giró hacia el fuego con nerviosismo.

Notó una mano en su brazo y se giró. Sus miradas se encontraron al instante.

–Esperaba verte anoche– le informó Max con un candor que lo desconcertó.

–Siento que hayas perdido la apuesta –le respondió.

Max arqueó las cejas.

–¿Qué apuesta?– preguntó.

A Sergio le ardían las mejillas.

–Oí lo que decía tu amigo anoche...

–Ah... eso. Ya no tengo edad para ese tipo de cosas.

Sergio miró por encima de su hombro y vio que Sebastian ya estaba sentado a la mesa, mientras que Lando hablaba por teléfono junto a la puerta. Sergio se acercó un poco más a Max y murmuró:

–Anoche llamaste a mi puerta.

Él se rio.

–¿Y? ¿Qué tiene eso que ver?

Sergio lo miró con frialdad y, sin decir nada más, sacó los platos calientes del horno y los puso en fila para servir el desayuno.

Ne ponyal... No lo entiendo– comentó Max con impaciencia, decidido a obtener una respuesta.

Sergio dejó en la mesa un montón de tostadas y una cafetera. Luego miró por la ventana y vio a Lewis subido a su tractor en el campo que había más allá de su jardín, y se preguntó qué estaría haciendo allí con tanta nieve mientras intentaba controlar su temperamento. Le daba igual si Max lo entendía o no. Por suerte, iba a marcharse y no tendría que volver a verlo y recordar lo humillado que se había sentido. Max había dado por hecho que estaba disponible y que a lo mejor lo invitaba a su cama a pesar de que solo hacía un par de horas que se conocían, y eso era un insulto.

El despiadado ruso || Chestappen ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora