Capítulo 4

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Max aprovechó la luz del sol que lo cegaba para acercarse y, en un gesto que lo desconcertó, tomar sus manos.

–Checo, me alegra verte, milaya moya...

Era tan alto y estaba tan impresionante vestido con un traje negro que Sergio se sintió abrumado. Se le aceleró el corazón al mirar sus ojos azules y tuvo que parpadear, ya que se había quedado desorientado con su inesperada sonrisa de bienvenida y con su proximidad.

Notó calor por todo el cuerpo y una incómoda sensación de inseguridad lo hizo quedarse inmóvil. Enfadado consigo mismo por semejante reacción, apartó las manos con brusquedad.

–He venido porque no he tenido elección. ¡Vas a comprar mi casa!

–Ya está hecho. Técnicamente, poseo una casa con inquilino– le dijo él–. Supongo que es mejor estar de alquiler que no tener adónde ir, ¿no?

Sergio se dio cuenta de que tenía razón. Estaba furioso con él y no le gustaba que hubiese interferido así en su vida, pero en realidad era un alivio no tener que marcharse de casa. Respiró hondo, lentamente, para calmarse y para reorganizar sus pensamientos.

–¿Por qué no te sientas?– lo invitó Max señalando un sofá–. Pediré que nos traigan café.

–No es necesario– respondió Sergio, apartando la vista de su rostro para mirar a su alrededor.

–Seré yo quien decida lo que es necesario– lo contradijo Max, levantando el teléfono para pedir el café.

A Sergio no le habría hecho falta que le recordase lo autoritario que podía llegar a ser y apretó los labios mientras se sentaba en el sofá, decidido a no permitir que lo traicionasen los nervios.

–¿Por qué lo has hecho?– le preguntó directamente.

Max se encogió de hombros. No era una respuesta, pero no podía contestar de otra manera. No tenía ninguna explicación altruista ni socialmente aceptable que darle. Lo había hecho por un motivo mucho más básico y egoísta: después de haber visto su vulnerabilidad, había querido ser la única
persona que accediese a él. Era un macho territorial y lo deseaba más de lo que había deseado a nadie en mucho tiempo. Y Sergio solo podría tener la libertad de estar con él si estaba libre de deudas.

Su arrogante cabeza se giró, sus penetrantes ojos azules se clavaron en Sergio. Lo vio sonrojarse bajo su mirada, un rosa suave surgió bajo su piel, realzando sus ojos brillantes y sus lindas pecas. Le gustaba que se ruborizase, no recordaba haber estado con ningún hombre al que todavía le ocurriese. Fijó la vista en sus labios y en la piel de su cuello. Se excitó fácilmente y deseó tocarlo y comprobar si su piel era tan suave como parecía. No tardaría en averiguarlo.

La tensión que había en el ambiente lo invadió. La mirada de Max fue como una caricia. Recordó la pasión con la que lo había besado y se estremeció, sintió calor, pero hizo un esfuerzo por controlar la reacción de su cuerpo y se negó a distraerse y a quedarse callado.

–Te he preguntado por qué lo has hecho. En realidad, casi no me conoces– insistió–. No es normal que investigues acerca de las deudas de una persona y que te ofrezcas a saldarlas. Has hecho que sienta que estoy en deuda contigo...

–No era esa mi intención– mintió él, porque le gustaba que hubiese entre ellos un vínculo que Sergio no pudiese rechazar.

No le importaba no haberle dado opción, porque había protegido su casa cuando había estado a punto de perderla.

Al oír aquella respuesta, la frustración de Sergio aumentó todavía más, se puso recto. Quería una explicación.

–No me digas que no era tu intención, ahora te debo miles y miles de libras.

El despiadado ruso || Chestappen ||Where stories live. Discover now