Capítulo 7

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Álvaro

«—¡Keila! ¡Maldita sea, espera un segundo! —grito pero ya es tarde y la veo subirse a un taxi.

Paso con frustración las manos por mi cabello y doy vueltas fuera del restaurante. Comienzo a sentir que un para de miradas curiosas se posan en mi espalda. Maldición, maldición, maldición. Trato de contenerme y camino hacia el auto, le saco el seguro y me meto dentro dejando caer mi cabeza contra el volante.

—Debiste cerrar el hocico, Álvaro —me regaño en susurros y sigo soltando una hilera de insultos hacia mi mismo.

Deje ir todo el aire y me reincorpore.

Está noche había sido una completa mierda. Nada había salido bien. No había actuado como debería, fui un idiota, grosero y prepotente.

Debería haber hecho muchas cosas de otra manera. Quisiera poder volver el tiempo atrás, aunque sea unos minutos para tratar de solucionar todo.

No solo me sentía como un idiota por como actúe sino que tenía la culpa como un nudo en la garganta. Había compartido el secreto de Fer, algo que no había salido más allá del círculo más íntimo de nuestra familia, excluyendo a mi padre en esta ocasión. Si él se enteraba de que Fernando había tenido una recaída, no sabíamos cómo podía llegar a reaccionar.

Encendí el auto, rogando que Keila ya hubiese llegado al ático y se encontrará ahí, segura. Con una mano maniobré para sacar el auto del estacionamiento aún con la mente nublada de tantas cosas.

Culpa.

Traición.

Engaño.

Dolor.

Todo me agobiaba y podía sentir las emociones apretando mi caja torácica dificultando mis respiración. Debía calmarme, tomar aire y despejar la mente.

Con la otra mano tomé mi celular y llamé a mi esposa pero enseguida me mandó a buzón de voz. Volví a intentar pero sucedió lo mismo.

Controlando la frustración manejé el camino a casa y cuando llegué me detuve un instante en el asiento para abrir el chat con Fernando.

Álvaro

Lo siento hermano, te falle.

Fernando

¿Que paso? ¿La cena salió tan mal?

Álvaro

Lo arruiné, está vez es en serio.

Apague el celular y me baje del auto. Subí los escalones e ingresé al edificio con rapidez esperando encontrarla pero no había rastro de ella.»

Mantuve la vista en la foto. Recordaba ese día como uno de los mejores. Porque a pesar de que mi idea no era casarme cuando asistí a la boda, verla caminando hacia mi, en su vestido blanco y su rostro angelical, supe que había ganado la lotería. Solo lo confirme aún más cuando al fin nos besamos y el fotógrafo capturó el momento exacto en el que le entregaba por completo mi corazón.

Se veía exquisita, como una perla. Recuerdo quedarme embelesado con ella por horas, incapaz de apartar la mirada de su rostro durante toda la fiesta.

Cuando volvimos a la realidad y a la agitación de Ciones, lo que se le contó a los medios fue una mentira para lograr encubrir la verdad de nuestro matrimonio.

La ilusión del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora