🖤Capítulo 15🖤

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Gulf recorrió el castillo con el recipiente que contenía la preciosa poción, bien tapado y sujeto con ambas manos, hasta que llegó a sus aposentos. En circunstancias normales habría dejado madurar el antídoto en algún lugar oscuro del herbario, pero temía perderlo de vista.
   
Con una mezcla de irritación y diversión, Mew observó cómo Gulf abría un panel oculto en la mampara de madera que dividía sus aposentos en un dormitorio y una pequeña sala. El joven guardó el recipiente en el hueco secreto, cerró el panel y dejó escapar un largo suspiro de alivio.
   
-¿Le dirás a alguien dónde está la botella? -preguntó con ansiedad, girándose hacia el silencioso hombre que había seguido cada uno de sus pasos desde el herbario.
   
Mew se encogió de hombros y cerró la puerta tras él.
   
-¿Tanto importa?
   
-Si le ocurre algo a esa poción, no podré volver a preparar más hasta dentro de dos semanas. Y para entonces, puede que sea demasiado tarde.
   
-¿Por qué? ¿Para qué es?
   
Gulf pensó con rapidez, preguntándose cuánto podía contarle a Mew sin romper la promesa de silencio que le había hecho a Mild. Tras una breve vacilación, habló midiendo sus palabras con cuidado, ya que no le gustaba mentir.
   
-Algunas de las medicinas que preparo podrían llegar a matar si no se administran de forma correcta. Eso… -el joven señaló hacia el lugar donde había ocultado la botella-… es un antídoto para la poción más fuerte que conozco para el dolor. Después de que Lord Kanawut muriera, hice un nuevo lote de esa medicina, así que es prudente preparar también el antídoto.
   
-¿Para quién?
   
-No te entiendo.
   
-Lord Kanawut está muerto. ¿Para quién preparaste una medicina tan peligrosa?
   
Aquella pregunta tan directa hizo que Gulf se estremeciera. De nuevo, volvió a escoger sus palabras con extremo cuidado, desvelando sólo parte de la verdad.
   
- He observado que los entrenamientos de tus soldados son muy violentos. Tarde o temprano, uno de tus hombres herirá a otro. Ahora ya estoy preparado para ayudarles.
   
Durante un largo minuto, Mew estudió los bellos ojos verdes que lo contemplaban con una ansiedad apenas disimulada. Sospechaba que le estaba ocultando algo, pero no había modo alguno de averiguar de qué se trataba.
   
-No se lo diré a nadie, a excepción de Smith -dijo él finalmente.
   
-Por favor, asegúrate de que no se lo diga a nadie más.
   
El normando asintió antes de dirigirle una inquietante sonrisa.
   
-Ya me debes dos favores, esposo.
   
Las mejillas de Gulf se sonrojaron ante la mezcla de sensualidad y el triunfo que destilaba la sonrisa de su esposo.
   
-Sí. -Nervioso, se volvió para ocuparse del fuego.
   
Mew observó la gracilidad de los movimientos del joven al inclinarse sobre el hogar para remover las brasas y sintió cómo su cuerpo se tensaba de deseo al punto del dolor. Cuanto más tiempo pasaba con su esposo, más impaciente estaba por hacerlo suyo.
   
-Lhong apenas se gana su sustento -señaló Mew con voz dura.

Era evidente por la destreza de Gulf, que era él mismo quién se ocupaba del fuego en sus aposentos.
   
-¿A qué te refieres?
   
-Tu sirviente personal parece dedicar poco tiempo a cumplir con sus tareas.
   
-Es más fácil hacer algunas cosas por mí mismo que tener que avisar a uno de los sirvientes. En cualquier caso, Lhong no hubiera sido nunca mi sirviente si vivieran su padre o su esposo. Así que evito herir su orgullo siempre que me es posible.
   
-Sé lo que le pasó a su familia, pero ¿qué ocurrió con sus tierras? -se interesó el normando.
   
-Lo mismo que a toda Inglaterra: el Rey William o sus hijos las tomaron y las dividieron entre los normandos.
   
Mew escuchó con atención, sin embargo, no descubrió ningún rastro en la voz de su esposo del odio que había percibido en Lhong cuando hablaba de los normandos; un odio que más de uno de los sirvientes del castillo compartía. Ni tampoco escuchó la negativa a aceptar que él era el nuevo señor de Blackthorne que había sido evidente en la voz de Kao. Gulf se había limitado a relatar los hechos tal y como habían tenido lugar y ni siquiera alzó la mirada del abollado recipiente de latón donde se guardaba la madera para el fuego.
   
-¿No odias tú a los normandos como lo hacen los habitantes del castillo? -inquirió con curiosidad.
   
-Algunos de ellos son atroces, sanguinarios y crueles -afirmó Gulf sin rodeos mientras escogía una rama de roble.
   
-También se podría decir lo mismo de los escoceses o de los hombres que luchan en Tierra Santa.
   
-La crueldad no conoce ninguna frontera -reflexionó Gulf, al tiempo que observaba pensativo cómo unas diminutas llamas lamían la madera que acababa de colocar en la chimenea.
   
Después de un largo silencio, Mew se acercó a la cama y cogió las largas cadenas de oro de las que colgaban diminutos cascabeles.
   
Atraído por el dulce sonido, Gulf se volvió hacia él.
   
-¿Qué es eso?
   
-Un regalo para ti.
   
El joven se puso en pie y se acercó al normando, cautivado por el melodioso tintineo.
   
-¿De verdad? -preguntó sorprendido.
   
-¿Las llevarás por voluntad propia o tendré que exigírtelo a cambio de uno de los favores que me debes?
   
-Oh, no. Son preciosas. Por supuesto que me las pondré.
   
-Pero no llevas el broche que te regalé -insistió Mew.
   
-Los glendruid sólo podemos llevar plata antes de casarnos.
   
El barón miró de forma significativa la túnica de Gulf, que carecía de cualquier adorno.
   
-Ahora estás casado.
   
Sin decir palabra, el joven desabrochó lentamente los botones delanteros de su túnica, para poder mostrarle que el broche estaba sujeto en el borde de su camisón interior, justo donde estaba su corazón.
   
-Siento envidia de mi regalo -comentó Mew sin apartar la vista del pecho de Gulf.
   
Desconcertado, el joven miró a aquel extraño que se había convertido en su esposo por orden del Rey.
   
-¿Envidia, milord?
   
-Sí. Me gusta el sitio que has elegido para ponértelo.
   
El rubor se extendió por las mejillas de Gulf, mientras, con cierta torpeza, volvía a abrocharse la túnica bajo la atenta mirada de Mew. Nervioso, se aclaró la garganta y señaló las largas y delicadas cadenas que él sostenía en la mano, tratando de ignorar la inquietante sonrisa del normando.
   
-¿Cómo debo ponérmelas? -preguntó, curioso.
   
-Te lo mostraré. -Con agilidad se sentó sobre sus talones frente a él-. Apoya tu pie sobre mi muslo -le indicó.
   
Vacilante, Gulf obedeció y soltó un gemido de asombro cuando unos largos y cálidos dedos se cerraron con delicadeza alrededor de su tobillo. Antes de que pudiera apartar el pie, la mano de Mew lo sujetó con firmeza, estabilizándolo y refrenándolo a un tiempo.
   
-Tranquilo -le dijo en voz baja-. No hay nada que temer.
   
-Es bastante perturbador -comentó Gulf, agitado.
   
-¿Que te toquen?
   
-No. Darme cuenta de que un hombre al que conozco sólo desde hace unos días tiene derecho a tocarme como desee y cuando le plazca.
   
-Perturbador… -repitió Mew, pensativo-. ¿Te doy miedo? ¿Es por eso por lo que huiste al bosque?
   
-Sé que sentiré dolor cuando me hagas tuyo, pero ya te he dicho que fui al bosque por otra razón.
   
-Entonces, ¿sólo fuiste allí por la poción?
   
-Sí.
   
Los pequeños cascabeles sonaron levemente cuando Mew rodeó el tobillo de Gulf con una de las cadenas y abrochó el cierre. Después, comprobó que estuviera bien cerrado y deslizó la palma por la suave piel de su pierna. El joven tomó aire de forma audible y la sutil sacudida de su cuerpo hizo que las joyas emitieran un melodioso susurro.
   
- ¿Por qué crees que sentirás dolor cuando te posea? -preguntó Mew, acariciándolo lentamente-. ¿Te hizo daño algún hombre al acostarte con él?
   
Gulf volvió a tomar aire bruscamente.
   
-Te di mi palabra de que eres el único que me ha tocado y lo mantengo. Pero Lhong siempre dice que no hay ningún placer en estar con un hombre.
   
La mano de Mew se detuvo por un momento, y luego retomó las lentas y delicadas caricias.
   
-Sin embargo, tu sirviente no pierde oportunidad de ofrecer su cuerpo a mis soldados -señaló mordaz.
   
-Es por obligación, no por placer. Está buscando un esposo, al igual que tú buscas un heredero.
   
Mew era un estratega demasiado bueno como para negar la verdad. Así que lo esquivó distrayendo y desconcertando a su oponente.
   
-¿Te gusta que te acaricie? -dijo en voz baja, apretando la pantorrilla de Gulf con sensual cuidado.
   
El joven se quedó sin respiración.
   
-Yo… Creo que sí. Es extraño.
   
-¿Qué es extraño?
   
-Tu mano es grande y fuerte. Haces que me sienta frágil en comparación contigo.
   
-¿Eso te asusta?
   
-Debería.
   
-¿Por qué? ¿Crees que soy cruel, después de todo? -insistió Mew.
   
-Creo que me alegro de que no golpees a los halcones.
   
Mew rió, pero no detuvo las lentas caricias con las que su palma recorría la pantorrilla de Gulf, demorándose en la parte interior de su rodilla, haciendo que dulces escalofríos recorrieran el cuerpo del joven.
   
-Estabas muy furioso cuando entraste en el herbario -continuó Gulf, intentando no distraerse.
   
-Sí.
   
-Y eres muy fuerte.
   
-Sí. -Mew inclinó la cabeza y ocultó su sonrisa-. Pero tú te enfrentaste a mí de todos modos, pequeño halcón.
   
El normando deslizó una última vez las yemas de los dedos por la parte interior de su rodilla y pudo sentir la reacción de Gulf en el sutil y casi reticente temblor de su cuerpo. Con cuidado, cogió el pie que descansaba sobre su muslo y lo apoyó en el suelo.
   
-Ahora el otro -le indicó Mew.

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