CAPÍTULO 5

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Una brisa fresca de finales de verano me golpea la cara cuando salgo y me acerco a la barandilla de la azotea

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Una brisa fresca de finales de verano me golpea la cara cuando salgo y me acerco a la barandilla de la azotea. El viejo metal oxidado está frío bajo mis palmas, así que apoyo los antebrazos en él y contemplo el edificio de enfrente.

El ático tiene ventanales que van del suelo al techo, lo que me permite echar un vistazo a un espacioso salón lleno de modernos muebles blancos.

Me meto la mano en el bolsillo y saco la suave tela roja, frotándola entre mi pulgar y los otros dedos mientras observo a mi tigre bebé dentro de su departamento. Está sentado con las piernas cruzadas sobre una gran almohada tirada en el suelo cerca del balcón, concentrado en el libro que tiene en el regazo. Tiene el cabello despeinado y le cae en cascada sobre la cara.

Por alguna razón, vigilar a mi pequeño salvador tiene un efecto inusualmente tranquilizador en mí. Me salvó la vida la noche que nos conocimos, pero no de la forma que probablemente piensa. No fue el vendaje improvisado, que llevo en el bolsillo donde sea que voy, y no fue su inexperta extracción de la bala de mi costado, pero de no haberla conocido, la siguiente misión probablemente habría sido la última.

Hay un límite para la cantidad de mierda que alguien puede aguantar antes de darse por vencido y marcharse de este mundo. Aquella noche, momentos antes de que el chico me encontrara, me di cuenta de que ya estaba harto. Sentado en el suelo de aquel callejón y observando el cielo oscuro, decidí que mi próximo trabajo sería el acto final de mi vida.

Así que cerré los ojos e imaginé la dicha de... no existir. Solo para que un niño tonto interrumpiera mi ensueño y mis visiones de ser libre por fin.

Y aquí estoy ahora. Todavía vivo y respirando. Antes no me importaba mucho si terminaba mis tareas y salía vivo o en una bolsa para cadáveres, pero ahora sí. ¿Cómo podría cuidar a mi chico si estoy muerto? La noche que me ató el pañuelo alrededor del muslo y me ofreció su mano, mi vida pasó a ser suya.

He pasado bastantes noches en esta azotea en los últimos tres meses, observándolo. La primera vez que acabé aquí fue cuando lo seguí a casa después de perder el tiempo fuera del bar de karaoke. Una vez que vi a mi cachorro entrar en su edificio, hice mis rondas típicas por el barrio, luego me metí en esta azotea y me limité a observarlo. Ahora se ha convertido en parte de mi rutina: Comprobar todo alrededor de su edificio para asegurarme de que no hay nada sospechoso; subir a este tejado al otro lado de la estrecha calle de su casa y pasar horas observándolo.

Sólo lo veo, porque aprender algo más sobre él puede significar que nunca escaparé a su atracción gravitatoria. Por lo tanto, no sé mucho sobre mi chico, aparte de lo que he notado durante mis rondas de vigilancia.

Casi todas las tardes lee o usa su laptop, creo que está estudiando algo, como sigue trabajando en la clínica veterinaria, supongo que es algo relacionado.

Le gusta la música. Una noche se pasó dos horas limpiando su casa y, mientras pasaba la aspiradora, quitaba el polvo y lavaba los cristales, bailaba canciones que yo no oía. Entonces me imaginé cómo sonaría, desafinado y desincronizado, y sentí que se me dibujaba una sonrisa en los labios.

LETHAL LOVE | YEONBIN (TERMINADA)Where stories live. Discover now