Capítulo 6 | El Emporio del Brocado

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El Príncipe Heredero despertó de un largo sueño con muy buen humor, hoy tenía muchas cosas que hacer. Sus sirvientes preparon su baño y trajeron su desayuno.

Ayer en la cena, el Emperador le doy a Adriano la responsabilidad de buscar a los hechiceros supremos y brujas por todo el Imperio. Así que mientras desayunaba, Adriano apuntaba en un diario todos sus tareas para organizarse.

Uno; ir de compras, dos; entrenar a sus tropas e implementar nuevas técnicas militares de su mundo, tres; buscar brujas y hechiceros supremos para crear un aquelarre, cuatro; utilizar esos poderes para convertir al Imperio Omnes en una nación mucho más próspera, cinco; casarse con Anastasia, seis; ...

No termino de escribir cuando la puerta fue abierta de repente.

—¡Buenos días! —exclamó una voz masculina y vibrante.

Adriano frunció el ceño a la persona que acababa de entrar y se fijó que su hermano Ángel estaba junto a él, no lo reconocía, y tuvo que disimular, pero esta persona era demasiado atrevida para atreverse a entrar de esa manera a la habitación del Príncipe Heredero, el Adriano original debió haber establecido límites.

—¿Qué están haciendo ustedes aquí? —pregunto el pelinegro sin deshacerse de su ceño fruncido.

—¡Wow!, alguien ha despertado de mal humor —bromeo el chico desconocido con Adriano y paso un brazo por encima de Ángel—. Me he enterado, por parte de un pajarito que hay problemas en el paraíso

—Desperte de muy buen humor, pero tú lo arruinaste —replica Adriano con su típico rostro inexpresivo.

El chico desconocido para él, comienza a reír como si Adriano hubiera dicho el chiste más gracioso del mundo.

El Príncipe solo lo miro seriamente haciéndole saber que no estaba bromeando.

—No seas tonto, sé que me extrañaste, ¿no me vas a felicitar?

—¿Felicitarte por qué? —inquirió Adriano sin entender.

Tanto Ángel como el chico se vieron ofendidos.

—Ok, Adriano, ya sé que tienes problemas con Anastasia y todo eso, pero no es posible que no recuerdes que enviaste a Lucius a una misión en el condado Silvercrest —le dijo Ángel.

En ese momento Adriano miró al chico que tenía en frente. Ojos grises, cabello lila, un cuerpo fornido y tan alto como Ángel.

Lucius Valtor, heredero del ducado Valtor y Comandante General de las tropas de caballeros del Imperio. Además de todo, es el mejor amigo de Adriano que cayó en desgracia cuando un caballero del Ducado Davenport lo venció en un duelo quitándole su honor y su posición en el ejército, porque eso era lo que habían apostado.

Cuando leyó esa parte, Adriano también sintió mucha rabia, ¿cómo es posible que un caballero cualquiera pueda ganar al Comandante General?. Sentía que esto fue otra de las artimañas del guión para favorecer al protagonista, el duque Sebastián Davenport.

—Como sea —Lucius hace un desdén con la mano y se aproxima a Adriano—. Te perdonó solamente porque sé lo que se sienten los problemas del corazón.

En ese momento se escuchó una risa, Adriano y Lucius miraron a Ángel que se reía malvadamente.

—Eres el peor mujeriego de la historia, por favor, no seas un desvergonzado, te enamoras de una lady y a los tres segundos te enamoras de otra —expone el Segundo Príncipe—. Dime, ¿cuántas veces te enamoraste en Silvercrest?

Lucius pinta una gran y falsa sonrisa en su rostro.

—Eso no es importante ahora, lo importante es que hemos venido por Adriano para llevarlo a distraerse un poco.

—Estoy bien —respondió Adriano secamente.

—¿Estás seguro?

Cuando Lucius pregunto, Adriano estuvo a punto de asentir con la cabeza, pero de casualidad fijo su mirada en la lista de cosas que estaba escribiendo, específicamente, se fijo en su primera tarea.

(...)

Así fue como junto a su hermano, el Segundo Príncipe Ángel Von Rosenfeld, su confiable ayudante, el Barón Sech Walker, y el distinguido Comandante de su tropa, el Joven Duque Lucius Valtor, se dirigieron al exclusivo atelier de moda, "El Emporio del Brocado". Este lugar era un santuario de elegancia donde los nobles adquirían sus vestimentas, famoso por sus tejidos exquisitos y diseños vanguardistas.

—¿Piensas que este lugar estará a la altura de tus expectativas, Alteza? —preguntó el Barón Walker mientras cruzaban el umbral de "El Emporio del Brocado".

—Si hay algo que pueda satisfacer mi gusto, debe estar aquí —respondió Adriano, con una mirada de aprobación ante la opulencia que les rodeaba.

—Si yo puedo encontrar aquí prendas que se ajustan a mis gustos, estoy seguro de que tú harás que cualquier atuendo luzca regio —dijo Lucius bastante entusiasmado.

—Si hay algo que pueda hacerme ver presentable, estoy convencido de que tú, con tu distinción natural, harás que cualquier prenda parezca digna de un retrato imperial —siguió Ángel.

—¿Por qué están tan aduladores? —pregunto a Adriano con su eterno ceño fruncido.

—Porque ya era hora —responde Ángel.

—¿Hora de qué?

—Mira, tu estilo no está nada mal, pero vamos, ya tienes 22 años, necesitabas un cambio, ¿sabes?, hacer esa transición a joven adulto —explica Lucius—. Te lo expliqué muchas veces, pero me ignorabas con la excusa del trabajo, al final me tuviste que hacer caso, algún día tendrás que admitir que yo siempre tengo razón.

Adriano simplemente volteo los ojos y lo ignoro.

Una vez dentro, los cuatro se vieron rodeados por accesorios que brillaban bajo la luz de arañas de cristal. Adriano seleccionó unos gemelos de plata con incrustaciones de esmeralda, una cadena de reloj que reflejaba su posición y un broche que ostentaba el emblema de su casa.

—Estos gemelos son exquisitos, pero necesitaré un traje a medida para que realmente complementen mi estilo —comentó Adriano, admirando la artesanía.

—Entonces deberíamos convocar al mejor sastre del Imperio, Alteza —sugirió el Barón Walker—. Conozco a uno que puede satisfacer incluso los gustos más extravagantes.

Adriano no lo dudaba, se había dado cuenta de que el Barón Walker, era una persona ambiciosa y adicto al trabajo, con gustos de de un Rey y el bolsillo de un Duque.

—Tienen razón —dijo Lucius mientras se quitaba el saco de un traje que se había probado—. Nada como un traje hecho a medida para realzar nuestra nobleza.

Los cuatro rieron y aunque Adriano fue más discreto al respecto no tuvo otra opción que sonreír un poco.

Después de elegir una selección de lujosos accesorios y acordar una cita con el sastre, el grupo salió de "El Emporio del Brocado". Fue entonces cuando se toparon con una escena que capturó toda su atención.

La Princesa Sofía, con su vestido manchado de lodo, se aferraba al Duque Sebastián Davenport, quien devolvía una mirada de puro desdén hacia el frente. Siguiendo su mirada, Adriano vio a Anastasia Lianet Ashford quien tenía la postura orgullosa de una Reina y miraba al frente por encima de su aristócrata nariz.

Adriano Where stories live. Discover now