STEFAN - CAPÍTULO 9

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-¡Cierro! -Helena y yo resoplamos. Era la cuarta vez que Manuel cerraba el juego en aquella partida. Estábamos jugando al chinchón- Menos diez. Escalera de bastos y cuatro treses.

Miré mis cartas y separé las que había conseguido emparejar. Había tardado más de una hora en entender el juego, saber qué son escaleras y qué son tríos, saber que si haces chinchón ganas la partida y que el chichón consiste en tener una sola escalera con las siete cartas. Me sobraba un doce.

-Treinta -dijo Helena dejando las cartas sobrantes en la mesa-. ¡No sé qué me pasa hoy, yo soy buena en esto!

-Doce -puse la carta encima de las de ella-.

-Seguimos -Manuel volvió a repartir disfrutando de nuestra derrota. Nos estaba dando una paliza-.

Ordené mis cartas. Ya tenía un trio de cincos sin haber hecho nada. Robé del montón boca abajo porque el doce de espadas que había boca arriba no me interesaba. Conseguí otro cinco y me deshice del once de bastos. Se notaba la tensión en el ambiente. Estábamos callados como tumbas, concentrados en nuestras cartas, cogiendo, echando, robando, pensando. Y, por fin, vi mi oportunidad.

-Cierro -dije poniendo boca abajo uno de los cincos-.

La familia se quedó de piedra mirándome y les mostré mi trio y mi escalera de oros. Helena sacó casi veinticinco puntos y Manuel dejó sobre la mesa todas sus cartas.

-Me has hundido, no tengo nada -miró sus cartas una última vez y se levantó de la silla de metal-. Voy a preparar la comida, no quiero jugar más.

En cuanto desapareció por la cocina me giré hacia Helena.

-Me voy a ir después de comer -Helena puso cara amarga-.

-¿Por qué?

-Porque llevo casi cuatro días metido en tu casa y el señor Kana me ha llamado esta mañana. Ya me he tomado demasiadas vacaciones -se apoyó en la mesa y resopló-.

-¿Y yo qué hago?

-¿Cómo que tú qué haces? Para empezar, muy a mi pesar, deberías llamar a Lucas y pensar en lo que vais a hacer. Ni tú ni él sabéis si vais a seguir trabajando juntos. El hotel de Lucas ha sido rechazado, pero no le han cerrado las puertas. Solo pidieron una propuesta menos estrafalaria. Deberías dar el pésame a Lucas de nuevo, y de una forma más correcta. Y también deberías darme un beso ahora mismo -Helena se rio y me dio un beso fugaz-.

-Tienes razón, tengo que llamar a Lucas.

-Puedes tomarte el tiempo que quieras y hacer lo que quieras. Yo tengo que irme -agachó la cabeza-. Vuelve pronto a casa -besé la raya de su pelo antes de ir a ayudar a Manuel-.

Entré atraído por el olor a carne. Estaba haciendo chuletas de cerdo con limón por encima.

-La tuya más hecha, ¿no?

Asentí. Helena le había advertido a su padre después de confesárselo tímidamente por la noche. Cogí platos y cubiertos, me puse el mantel de plástico bajo el brazo y llevé todo a la mesa redonda. Helena me ayudó con el mantel y repartimos la vajilla. Volví a la cocina para coger agua y vasos. Me senté en mi sitio, miré como Helena traía una enorme ensaladera y su padre la seguía con una fuente con dos chuletas para cada uno. Comer en aquella casa era una maravilla.

-La verdad es que ha sido todo un placer -me dijo Manuel después de anunciarle que me marchaba-. Eres lo mejor que ha traído mi niña a casa, de verdad.

-Gracias, Manuel.

Él me regaló una sonrisa y se concentró en su primera chuleta. De vez en cuando metía el tenedor en la enorme ensaladera y cogía estratégicamente los trozos de cebolla; mejor, a mí no me gustaba.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora