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Narrador.
Tom y Madisson se encontraron en el oscuro pasillo, sus varitas desenfundadas y sus ojos chispeando de ira. La tensión entre ellos era palpable, y los Slytherin boys observaban desde la distancia, expectantes.
– ¿Por qué siempre tienes que meterte en todo, Madisson? – Tom espetó, su voz cortante como un cuchillo.– No puedes simplemente seguir tus propios asuntos.
Madisson apretó los dientes.
– No me gusta cómo manipulas a la gente, Tom. No puedo quedarme callada cuando veo tus maquinaciones.
– ¿Manipulaciones?– Tom se burló.– Eres una niña idealista. No entiendes cómo funciona el mundo real.
– Prefiero ser idealista que un monstruo sin escrúpulos – contraatacó Madisson, sintiendo la mirada de los demás Slytherin boys sobre ellos. Cedric, su novio, frunció el ceño, preocupado. Theodore, siempre observador, parecía analizar cada gesto. Draco, con su típica sonrisa maliciosa, disfrutaba del espectáculo. Y Matheo Riddle, el enigmático, seguía la escena con interés. – Tus ambiciones te cegarán algún día.
Cedric no interrumpía; le había prometido a Madisson que no lo haría.
– ¿Qué harás, Tom?– Madisson desafió.– ¿Me vas a atacar?
– No tengo miedo de ensuciarme las manos – Tom murmuró, su mirada intensa. – Pero no subestimes mi deseo de verte derrotada.
La magia estalló en el pasillo, y los Slytherin boys observaron con una mezcla de miedo y anticipación. Madisson y Tom se enfrentaban, sus palabras como dagas y sus corazones llenos de odio.
Pero en lo más profundo, bajo la superficie de la pelea, también había un deseo intenso. Un deseo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.
La batalla continuó, y solo el tiempo diría quién saldría victorioso: el odio o el deseo.
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Madisson y Tom se detuvieron en seco cuando la voz del profesor de Artes Oscuras resonó en el pasillo. El hombre alto y de aspecto severo los miró con desaprobación.
