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ROCHEL

El invierno aún no llegaba, pero el frío ya era intolerable para mi piel. Todos los días iba a la escuela con pantalones gruesos y dos abrigos encima. Por otro lado, Dagna no parecía tan afectada. Incluso se burlaba de mí por ser tan vulnerable ante el clima. Mi abuela decía que fue porque nací en una mala época del año, un mes en el que las rosas del bosque no pudieron florecer. Y que por ello yo era su rosa que florecía en la adversidad. Por más descabellado que sonase, le creía. O quizá solo quería dar una razón de existir a todas mis desgracias.

—Berit, ¿Y si estás por enfermarte?

—Siempre me pasa esto en estas épocas.

Ambas salimos de la clase de historia y caminamos hacia la salida. Ella daba más brincos de lo usual y la sonrisa no se le despegaba del rostro, así que tenía que preguntar.

—De acuerdo, Dagna. Dime qué sucede.

Ella sonrió al saber que la conocía tan bien.

—¿Qué me sucede? Deberías estar igual de emocionada que yo. Iremos a la fiesta de Dennis en su casa, esa que tiene un lago. No puedo esperar a escoger mi atuendo. ¿Debería llevar juegos de mesa? Mamá tiene demasiados.

Ella notó lo callada que estuve mientras hablaba.

Dennis no me había hablado desde la última vez que me besó, y yo ni siquiera había intentado hacer las paces. Pero que no me haya invitado a su cumpleaños por su orgullo me decepcionó. Mis ojos se apartaron de los de Dagna por la pena. ¿Acaso él me odiaba?

—Berit, ¿qué sucede? Hace un minuto estabas bien.

Dudé en si contarle o no lo que había ocurrido entre ambos, porque probablemente ella creía que nosotros habíamos resuelto nuestros malentendidos.

—Estaré ocupada ese día.

—Berit... —Me tomó de ambas manos para obligarme a mirarla—. ¿Dennis no te avisó? Se supone que la fiesta es el próximo viernes. Creí que ya había invitado a todos...

—No, Dagna. No lo hizo.

Ella me pasó un cabello detrás de la oreja y luego me tendió un abrazo.

—Yo tampoco iré.

—Dagna, no. Estabas muy emocionada, debes asistir. Eres siempre el alma de esas fiestas.

—Eso es cierto —susurró con una sonrisa que difuminó al instante—. Pero no. No pienso darle la satisfacción a ese estúpido.

Me solté su agarre y me acerqué a una de las bancas de la calle para pensar un poco. Dagna me siguió algo insegura y nos quedamos en silencio, pero uno acogedor. Ella sabía que necesitaba pensar.

Debí haber hablado con él en lugar de ignorarlo por semanas. Sí, estuve enojada e indignada, pero él ha sido mi amigo por años y no podía permitir que un beso arruinase todo.

—Solo quiero que todo vuelva a ser como antes —dije frustrada.

—¿Y tienes algo en mente?

Al principio no lo tenía claro, pero mientras más pensaba, más ideas venían a mi cabeza. Unas buenas, otras más descabelladas. Pero elegí la mejor opción.

—Iremos a esa fiesta, Dagna. Juntas.

Ella se mostró sorprendida, pero me devolvió una sonrisa al instante.

—Esa es mi Berit.

El día que el amor se marchiteWhere stories live. Discover now