Capítulo 5: ¿Qué se desvanece al enfrentar la realidad? || Parte 1

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Apretó los ojos cuando sintió los rayos del sol incidir sobre su rostro a la vez que arrancaba reflejos brillantes de su cabello dorado. Estiró la mano todo lo que pudo para cerrar la pequeña abertura por donde se filtraba la luz a través de su ventana, pero no la alcanzó.

Suspiró algo frustrada. Tenía que levantarse, pero sentía su cuerpo tan pesado como si le hubiesen aventado un bloque de una tonelada sobre ella. Se estiró un poco para comprobar que tan adolorida estaba aún. Estaba mejor. Apenas algunos pinchazos aún la incomodaban.

El día anterior había sido una total locura. No quería ni pensar en ello. Su padre había ido a cazar a la criatura de la arboleda y regresado gravemente herido. Abrió los ojos como platos.

—¡Padre! —exclamó poniéndose de pie de un salto. Arrugó el rostro cuando su cuerpo se quejó por el movimiento, pero no se detuvo para quejarse.

Salió corriendo de su habitación y atravesó el pasillo. Tuvo que esquivar la puerta de uno de los cuartos de huéspedes que se abrió casi golpeándola.

—Lo siento —se excusó a voces sin mirar atrás.

Abrió la puerta de la habitación de sus padres de un tirón. Buscó por cada rincón con la mirada envenenada de miedo mientras jadeaba por la carrera. Sus temores desaparecieron al instante y las comisuras de su boca no pudieron contener el alivio.

—Buenos días, arpía —la saludó Aiacos con una amplia sonrisa. Estaba recostado sobre el espaldar de la cama mientras Elia le daba el desayuno. Por su aspecto, el doctor ya había pasado a verle. Tenía vendas en la cabeza, rodeando el abdomen y las costillas.

Mana corrió a abrazarle sin cuidado alguno, lanzándose sobre él en la cama. Aiacos tuvo que contener una exclamación mientras su rostro se retorcía de dolor. La rodeó con los brazos y puso la barbilla sobre la coronilla de su hija.

No la iba a echar de su lado, estuvo muy cerca de no volver a verla y ahora el dolor era algo soportable con tal de poder abrazarla. Aiacos miró de reojo como Elia se llevaba una mano a la boca para reírse de sus quejidos.

—Ten cuidado, Mana —pidió Elia, divertida.

Había ido a buscar al doctor a primera hora, que por suerte recién llegaba a la aldea. No se había creído que Aiacos estuviese en tan mal estado cuando lo examinó. Tenía una brecha detrás de la cabeza y un par de costillas rotas, pero por suerte ningún órgano había recibido daños. Su herida más significativa era las cinco garras marcadas sobre su pecho, que incluso le fracturaron un poco la caja toráxica.

Mana se alejó de él y se sentó en el borde la cama, cruzada de brazos. —Te lo mereces por idiota —masculló entre dientes. Pronto otra idea invadió sus pensamientos y se apresuró a preguntar.

—¿Qué tal está Igro?

Elia volvió a acercarse a él para tenderle una cucharada. —No lo sé. Tenía pensado hablar con Igro y Levanor hoy, pero tendrá que esperar —respondió para devorar la deliciosa sopa de setas que su esposa le había preparado.

Mana se inclinó para mirar intrigada el contenido del plato. —Supongo que vamos a necesitar más hongos.

—Ya podrías haber encontrado alguno ayer —acusó enseguida Aiacos y se ganó un golpe en el estómago que le hizo escupir la última cucharada.

—Tenía que haber encontrado alguno venenoso —Mana se puso en pie para salir de la habitación. No estaba de humor para aguantar sus estupideces y ya había comprobado que estaba bien.

—¡Serás tonta! —gritó Aiacos mientras Elia le limpiaba la boca entre risitas.

Mana le dedicó una mirada seria por encima del hombro antes de cerrar la puerta a sus espaldas. —Hablaré contigo después.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Where stories live. Discover now