CAÍTULO 19

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Las nueve y media

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Las nueve y media.

Más de cuarenta y ocho horas.

Las manecillas de mi reloj de pared de gran tamaño parecen moverse súper rápido, pero al mismo tiempo, mucho más despacio de lo que deberían.

A veces, un minuto parece una hora, pero el siguiente pasa en un latido.

«¡¿Dónde mierda está?! »

Cuando llegué a casa tras escapar de aquel desastre con Alvino, me desplomé en el sofá y, con los ojos fijos en la puerta principal, esperé a mi demonio. Y esperé.

El pánico me atenazó con sus garras, apretándome. Cada vez me costaba más respirar. No aparté los ojos de la puerta durante horas.

Llegó la mañana. El pánico se transformó en locura, cogí mi teléfono y busqué en las páginas de noticias cualquier atisbo de información. Nada. Salí cojeando y di una vuelta a la manzana con la ropa sucia del día anterior, con la esperanza de verlo acechando en algún rincón oscuro cercano. No estaba ahí. Ni en mi tejado. Ni en el tejado de enfrente.

En ninguna parte.

De vuelta al departamento, reanudé mi vigilia en el sofá. No fui a trabajar, sólo me quedé mirando la puerta de mi casa, ahí me encontró Jun cuando vino a ver cómo estaba aquella tarde porque no contestaba a sus llamadas. Casi me vuelvo loco cuando se abrió la puerta principal, pero me di cuenta de que era mi hermano y no él.

—¿Dónde estás, demonio? —susurro en la sala de estar vacía.

Un año, y nunca conseguimos intercambiar números. Si hubiera tenido energía, me habría reído. ¿Cómo se supone que voy a saber si está bien? ¿Si está... vivo?

Lentamente, me levanto del sofá y me dirijo a la cocina a por un vaso de agua.

Antes me he dado una ducha rápida y me he quedado dormido un par de horas. Tras despertarme de un sueño intranquilo, me he puesto la camiseta con la que suelo dormir. De todos modos, no voy a ir a ningún sitio hasta que vuelva.

Mi teléfono empieza a sonar en el mostrador.

Es mi padre. No estoy en condiciones de hablar con él ahora, pero tengo que contestar. No puedo contarle lo que pasó en la iglesia hace dos noches. Si lo hago, también tendré que contarle todo sobre mi demonio y mi padre podría ordenar que lo maten. A ningún hombre fuera de la Familia se le permite acercarse tanto al hijo del Don.

—¿Sí? —grazno al teléfono.

—Soobin, suenas fatal. Jun dice que estás enfermo.

—Sí —vuelvo a tirar el agua y apoyo la frente en la puerta del armario—. No creo que vaya a llegar a tu fiesta de cumpleaños mañana.

—Puede que tengamos que posponerlo de todos modos. La Camorra ha sufrido un desastre épico y aún no estoy seguro de cómo nos afectará. Alvino está muerto.

LETHAL LOVE | YEONBIN (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora