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  CAPÍTULO SEIS... 𖥔 ݁ ˖
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—¿Hay algo que le guste hacer?

Más tarde ese mismo día, la llevó a su alcoba. Era grande, como se esperaría de un miembro de la realeza. Tenía un tapiz con diseño de flores minimalista, una cama matrimonial para ella sola con un edredón café claro con patrones del símbolo de Hyrule. ____ se sentó en esta, mientras que él se quedó parado, recto frente a ella.

Ella ladeó la cabeza, sin entender del todo lo que quería decirle.

—¿A qué se refiere?

—Ya sabe. Un pasatiempo.

—Me gusta escribir. — admitió. — Pero con todo el ajetreo de la mudanza a Hyrule, no he tenido tiempo para nada.

—Podemos hacer eso. Todavía faltan un par de horas para que me tenga que ir, y no sé si me volverán a pedir esto considerando los... rumores. — los rumores habían cobrado fuerza, aunque no lograba entender por qué, si no habían estado juntos en absoluto. Alzó las manos y las ladeó de un lado a otro, como tratando de decirle que no pasaba nada. — Si cree que es una indiscreción, olvídelo.

—No... de hecho, creo que estaría bien. ¿Puede pasarme esa libreta de piel y esa pluma puntiaguda? — apuntó el escritorio junto a la ventana. Link asintió, tomándolos con calma entre sus manos y entregándoselos. — Gracias. ¿Usted tiene un pasatiempo?

La pregunta lo tomó por sorpresa, pero también le causó curiosidad por el tono amable que había empleado.

—Dibujar. — admitió, rascándose la nuca. — Tampoco he tenido tiempo con los entrenamientos. Siento que... los demás se burlarían si lo supieran.

—Demuéstreme qué tan bien lo hace. Tengo otra libreta y lápiz por ahí.

—No, no puedo, lo siento.

—Es una orden, caballero.

No supo cómo rechazarle si era una orden directa, por lo que se limitó a sentir con la cabeza y obedecer, en silencio. Se sentó en el suelo en vez de en la cama, como una manera de recordarse de que no eran iguales. Que él seguía siendo alguien inferior.

Decidió dibujar una Princesa de la calma, una especie de flor muy rara y en peligro de extinción, dado que solamente crecía en la naturaleza, no se le podía hallar de forma doméstica.

Y así disfrutaron de la compañía del otro por un rato, entre leves gruñidos de la princesa por lo que fuera que estuviera escribiendo. Su curiosidad por ella fue en aumento.

Entonces llegó el momento de compartirse mutuamente lo que habían hecho. Link, en lo personal, quería hacerlo rápido porque sentía que estaba faltando de alguna manera al puesto que le habían dado de caballero de la guardia real. Eso no era propio de un caballero.

—Link... esto es exquisito. Es hermoso. — pasó sus dedos por el dibujo, sin tocarlo del todo. En verdad la había impresionado esa vez. El aludido la miró desde su regazo con atención. — Podría estar a la altura de una galería de arte o algo parecido.

—Se lo agradezco mucho. — esbozó una sonrisa tímida. La labia de la princesa era tierna en ciertos momentos. Se recuperó de aquel pensamiento y la miró, interesado. — ¿Escribió algo?

—Escuche esto. — abrió la pequeña libreta vieja, aclarándose la garganta para poder leerlo en voz alta, cosa que nunca había hecho ante nadie. — «Mis venas sagaces, saturadas por el amor que te tengo. El débil pum, pum, pum de mi corazón destrozado, a punto de detenerse. Vómito regurgito. Mente carente de lógica. Mis lágrimas caen, ávidas de tu amor. Te sigo amando, aunque tú ya no a mí de la misma forma».

Parpadeó, enmudecido.

—Es muy hermoso. — dijo, verdaderamente cautivado. — Tiene un don con las palabras. ¿Es para alguien?

—Lo era. — admitió. — Pero ya no es nadie importante.

Se sonrieron mutuamente. Estaba fascinada con los ojos azules del caballero, eran vastos y de alguna manera honestos, reflejaban a la perfección lo que su portador sentía.

Apartó un mechón de cabello que le estorbaba en el rostro y se inclinó, queriendo verlo más de cerca. Link se estremeció ante su toque delicado, el cual había sido de todo menos brusco.

Se inclinó también, incapaz de poder pensar en algo que no fuera la belleza de la joven mujer. Ella era una princesa, y él una línea sin su gancho. Pero en ese momento parecían ser tan iguales, sus posiciones tan poco importantes, que el pensamiento de besarle era cada vez más atractivo.

Pudo que estuvo a punto de hacerlo, sin embargo, la puerta se abrió y se escuchó un jadeo ahogado.

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