27. Demasiado tarde.

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CHIARA.

Sentí el bombeo acelerado de mi corazón en los tímpanos, las lágrimas naciendo en mis ojos y la manos de Denna rodeándome los antebrazos para forcejear conmigo. Ella buscaba alejarme lo suficiente como para no tener en mi campo de visión la escena de cómo tiraban hacia atrás a Ruslana, separándola de mi mejor amiga y mi cuerpo estaba estático delante de ellas. No podía moverme y sentía mis pulmones como un desierto.

Observé la camisa de la ucraniana como si fuera en cámara lenta y sin darme cuenta el pasillo había quedado vacío y el profesor de educación física nos acompañaba a los bancos que descansaban a las afueras de la puerta del despacho.

Denna me dejó sentada en la madera dura, era uno de esos bancos donde te sentabas en misa para rezar, lo último siempre me lo saltaba. Repasé las líneas profundas de la madera con mis dedos mirando un punto fijo del suelo y no pude evitar recordar todos los recuerdos vividos con Ruslana.

Fue como ver en mi mente uno de esos edits que solían hacer las fans a las parejas famosas.

Pasamos unos minutos muertos allí, la rubia no podía quedarse quieta en un punto del pasillo y consiguió alterar mis nervios. Si es que podían estar peor de lo que ya estaban. Procesé lo sucedido y las palabras dichas por Ruslana quedaron a fuego en mi mente.

¿Que significó lo que dijo de los celos de Violeta? ¿Por qué le atacaría de esa manera? ¿Qué quiso decir realmente con lo de "falsa"?

Entre tanta duda, la puerta del despacho crujió y de ahí salieron ambas chicas. Una más magullada que otra y suspiré al ver sus rostros.

Mi cuerpo tuvo el reflejo de levantarme de un salto y acercarme a besar cada golpe en la cara de Ruslana, pero solo la vi marcharse echando humo por las orejas y no me quedó más remedio que consolar a Violeta en mi hombro.

– Puta salvaje, que la devuelvan al callejón del que haya salido –las tres caminamos hasta llegar a la enfermería, Salma se unió a mitad del camino y no se separó de la pelirroja en ningún momento.

Me alegró saber que por lo menos tenía a la rizada a su lado y la cuidaría como a nadie. Me alivió más el saber que al marcharme para ver a Ruslana no notarían mi desaparición y la granadina estaría en buenas manos.

– ¿Y la enfermera? –ayudé a Violeta a sentarse en la camilla que había en la sala y me giré para ver a la rubia cuando habló.

– Kiki, ve a por hielo y yo le voy curando –la vi tomar lo justo para parar el sangrado en la nariz de nuestra amiga y acaté las normas de Salma. Me paseé hasta llegar al hielo, donde tomé una bolsa pequeña que no tardó en enfriarme la mano. Aún no había salido del estado de shock y me molesté conmigo misma al no ser capaz de ser mucho más rápida– ¡Kiki, venga! ¡Estás empaná'! –los gritos de Salma me hicieron reaccionar y corrí hasta dejarle la bolsa en la mano a Violeta.

– Qué dolor, coño. Para lo pequeñita que es tiene fuerza la tía, estoy sorprendida –comentó la pelirroja, la conocía tan bien que supe que de nuevo estaba intentando animarme con su pésimo humor.

No quise hundirla más y acabar de ensuciar su día así que la miré desde mi sitio, con los brazos cruzados y le sonreí dulcemente. Ella, dolorida y cansada también hizo el intento de devolverme la sonrisa y yo me sentí llena.

Nunca le perdonaría a Ruslana lo que había estado haciendo para destruirme. Por fin había entendido su plan, siempre quiso hacerme daño, desde el primer segundo que pisó el internado; se acercó a mí creándome falsas ilusiones para tenerme a sus pies, más débil y fácil de manejar.

Amén - Ruski Where stories live. Discover now