Capítulo V - Del Control Sobre el Qí

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En la jornada que sucedió al día de paseo de Azra y Kitsune en la capital del reino, nieto y abuelo se dirigieron a las orillas del río cercano a su choza, donde el susurro cristalino de sus aguas que fluía con parsimonia se percibía de manera bonancible. Allí fue donde el mago comenzó a enseñarle a su nieto una serie de ejercicios de respiración y meditación, diseñados para que Azra se sumergiera en un estado de profunda concentración y se familiarizara con el críptico flujo del qí mágico.

Con el pasar de las semanas, Kitsune instruyó a Azra sobre cómo canalizar esa energía espiritual hacia la palma de sus manos, una habilidad fundamental para materializar y exteriorizar el qí mágico, y le reveló algo importante: si practicaba de manera constante durante años, lograría dominar alguno de los elementos naturales que resulte afín a él y de ese modo aumentaría el control de este poder remilgado.

No obstante, la paciencia del niño solo duró tres lunas, pues luego de transcurrido ese tiempo, Azra comenzó a exasperarse al confirmar que avanzar en el dominio del qí era un desafío digno de un duro empeño.

—¡Por todos los dioses y avernos también! —maldecía el niño en su entrenamiento, furioso—. Puedo sentir un cálido cosquilleo dentro de mi cuerpo, ¡pero no logro sacarlo hacia afuera, infiernos!

—No te ofusques, Azra —intentó tranquilizarlo el mago con un tono jovial mientras se reía de la inocencia de su nieto—. Ya te dije varias veces que para poder volar, dominar algún elemento natural y crear ráfagas de poder, te llevaría años de práctica... pero es buena señal que ya puedas sentir el flujo del qí en tu interior.

—¿Cuánto tiempo tardaste tú exactamente? —interrogó el niño con su ceño fruncido.

—Por ejemplo, tardé casi cuarenta años en poder dominar mi ráfaga de rayo —dijo con una mueca agradable mientras se restregaba su espesa barba, que le cubría las mejillas y la barbilla.

—Eso es demasiado tiempo para mí... —musitó decepcionado.

—Es en promedio la cantidad de tiempo que tardamos los humanos en lograrlo —expresó el anciano, con un matiz sutilmente enigmático, como si quisiese decir algo más.

Azra lo miró desconcertado.

—Los humanos nacemos sin ningún don, sin talento para el control sobre el qí físico o mágico, por eso se tarda mucho tiempo en aprender a dominarlos. Anímate, Azra: tú naciste con un qí físico excepcional, y esa ya es una gran ventaja.

—Pero yo quiero aprender a usar el qí mágico —manifestó con una disconformidad infundada. Luego, hubo un breve silencio—. ¿Cuáles son las razas que nacen con mucha fuerza, como yo? —inquirió cargado de curiosidad.

—Fundamentalmente... las bestias. Y no, no eres descendiente de bestias —le aclaró el anciano. «O al menos, eso creo»—. Y los elfos también suelen nacer con un qí físico superior al resto de las razas con excepción de los monstruos.

—No creo descender de ninguno de ellos... —Se encogió de hombros—. ¿Y quiénes nacen con talento para usar el qí mágico?

—También son los elfos quienes ostentan un talento envidiable para el uso de la magia; sin embargo, son los hadas y los brujos quienes suelen nacer con un qí mágico desbordante... —Hizo una pausa—. En fin, tú sólo debes entrenar y no rendirte si es que algún día quieres ser un mago como yo. —Emitió una risa pedante.

El niño suspiró con desgano y siguió meditando.

Solamente tuvieron que pasar siete ciclos lunares más para que Azra sorprendiera sobremanera a su abuelo: cuando Kitsune se encontraba aquel día barriendo su establo y esparciendo paja fresca para mantenerlo limpio y seco, un entusiasmado Azra irrumpió con ansias y en un estado de euforia para querer mostrarle lo que él creía haber aprendido.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora