Capítulo XVIII - De la Conquista: el Reino Rendido

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Después de la sumisión de los reinos de Alberlania y Osgánor, sus monarcas se encontraban inmersos en una amarga sensación de zozobra ante la perspectiva de que el rey dublarinense, en su próxima «visita», traería consigo el Tratado de Sangre.

No obstante, Azra les había manifestado que tenían la posibilidad de escoger: podían elegir entre firmar aquel solemne documento y subyugarse bajo el gobierno central de Dúblarin, o bien, negarse y enfrentar las duras consecuencias. Tanto el monarca alberlino como el soberano osganense optaron por la primera opción.

Así, luego de ochocientos kilómetros de cabalgata desde el sur de Alberlania con dirección al noroeste, Azra Mirodi y su ejército ya se encontraban cerca de su próximo destino: el reino de Roliama.

Tanto los paladines dublarinenses, como los sanapedrinos y los ciparfenses, a medida que ascendían hacia tierras más septentrionales, podían sentir con mayor fiereza el clima frígido propio de aquellas regiones.

Azra, por su parte, se mostraba como alguien muy sensible al frío: tenía su torso ataviado con varias capas de lana gruesa para protegerse del viento helado; sobre ellas, vestía un manto de piel de ciervo, cálido y robusto; su cuello, rodeado por una amplísima bufanda; mientras que sus manos, se encontraban resguardadas dentro de guantes de cuero forrados con piel de oveja.

—Parece ser que Azra, el Invulnerable, será derrotado por el clima del norte de Kilinn Landen —le dijo a Lucas en tono jocoso, quien cabalgaba a su lado izquierdo.

—Qué exagerado —repuso entre risas—. ¿Y qué harás entonces cuando tengamos que acudir ante el gélido reino de Sajatia?

—Morir de frío —contestó el Rey, encogiéndose de hombros—. Hablando en serio, ¿cuánto falta para que lleguemos a Roliama?

—Pues... no lo sé —respondió Lucas, con una mueca de ignominia—. Se me da muy mal el cálculo de las distancias y el tiempo.

Azra se volvió hacia su derecha, con el afán de hacer esa misma pregunta a Marcius, quien también galopaba a su lado, pero el General le contestó antes de que se la formulara.

—Estamos a poco más de dos semanas, mi señor.

Azra resopló fastidiado.

—Bueno, al menos nuestros paladines estarán bien descansados para entonces. —«Aunque también puede que ya estén hastiados por toda esta travesía»—. En todo caso, ¿crees que tengamos que librar batalla contra ellos? —le preguntó a Marcius—. Después de todo, ellos huyeron de nosotros.

—Según como yo lo veo, mi señor: se volvieron a sus dominios con la intención de esperarnos —señaló el General al tiempo que se alzaba de hombros—: no es lo mismo un enfrentamiento directo que tratar de repelernos desde sus propias fortalezas.

—¿Y eso por qué implicaría una ventaja mayor para ellos que aliarse con otros dos reinos? —inquirió el Rey.

—Por las enormes fortalezas que custodian a su ciudad capital... y por los hadas, mi señor —respondió Marcius frunciendo sus labios—. Roliama tiene hadas: seres que podrían enfrentarlo en los cielos, y que también pueden conjurar hechizos.

Aquello no impresionó al rey dublarinense.

Más tarde en esa misma jornada, cuando ya expiraba el día y la oscuridad de la noche invitaba a descansar de sus fatigas a los hombres y a sus corceles, el ejército detuvo su marcha con el afán de revitalizarse y de reanudar el viaje a la mañana siguiente.

Azra se encontraba sentado en el suelo frente a una extensa hoguera, acompañado por Marcius y Lucas, en tanto miles paladines estaban situados a sus espaldas.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora