Capítulo 9

169 51 2
                                    

–¿Qué demonios está sucediendo aquí? –exclamó lord Wulfric Drummond, en el oído de su hijo menor, tras haberlo saludado con un breve abrazo–. Ashton... –añadió, con un tono de voz que dejaba en claro que, uno: estaba decepcionado; y, dos, que sabía que el responsable tenía que ser él.

–Milord... padre –musitó Ashton, incapaz de encontrar la mirada gris de él. Miró a su alrededor– ¿dónde están...?

Su padre le dirigió otra mirada, silenciándolo. No tenía idea de qué estaba sucediendo, pero aparentemente tampoco su padre, y no estaba dispuesto a dejarlo en evidencia. Cerró la boca con fuerza.

–Milord –habló Weston poniéndose a la altura de ellos– veo que la visita de Garrett fue oportuna.

–Lo fue –contestó Wulfric mirando a su otro hijo. Y una corriente de entendimiento pareció pasar entre ellos–. Fue necesario recortar nuestro tiempo en Nox.

–Ya veo –respondió Wes y fue hasta Garrett. Ashton se quedó en su lugar, esperando a que su padre lo notara.

–¿Es un guerrero? –dijo, fijándose en Kyan. Este asintió y se presentó–. Hmmm... al menos una de las comitivas cobra sentido –soltó, antes de girarse a recibir al hombre que había desmontado y se acercaba–. Lord MacAuliffe –saludó.

–Lord Drummond –respondió el hombre mayor, haciendo un breve gesto con la cabeza– veo que ha conocido al capitán más joven de Glenley.

–He tenido el gusto, sí –contestó y suspiró– ¿y asumo que usted conoció al menor de mis hijos?

–Sí... si a irrumpir con mi nieta en brazos se puede llamar así –respondió. Ashton se mordió la lengua para no replicar.

–Ah –lord Wulfric miró a su alrededor hasta localizar al segundo de sus hijos–. Robin, por favor, organiza todo para que el emisario del monarca y el resto de nuestros invitados estén cómodos –dispuso. Su hijo asintió–. Por mi parte, quisiera reunirme con lord MacAuliffe, en privado, si eso está bien con usted, milord... –terminó, dirigiéndose al final al aludido. Él asintió– siendo así, pasemos al Castillo.

Unos y otros atravesaron el patio de armas del Castillo Drummond hasta alcanzar la puerta que daba al gran salón. Ashton se sintió, como de costumbre, completamente inadecuado, inútil... el último, en verdad, de los Drummond, en todos los sentidos posibles.

–Por los dioses, deja de torturarte. A mí me irá peor que a ti –gruñó Kyan junto a Ashton, haciéndolo sonreír levemente–. ¿Siempre te metes en problemas?

–Parece que no sé hacer las cosas de otra manera –contestó, encogiéndose de hombros, sin perder la sonrisa–. ¿Tienes idea de qué...? –señaló hacia las espaldas de los hombres que dirigían Glenley y Savoir.

–No. Y me alegra no estar presente en esa conversación. No creo que salgamos bien parados de esto.

–Kyan, Kyan... quizá tengas mucha razón. O no... quién sabe en tu caso, parece que MacAuliffe te aprecia.

–Aprecia el talento –aseveró, sin falsa modestia– es todo.

–Entonces, si ese es el caso, alégrate, estarás bien.

–¿Y tú?

–Hmmm, yo no tengo ningún talento, así que... –hizo un gesto restándole importancia– sea como sea, al menos te librarás de mí.

–Gracias a los dioses –murmuró, pero le echó una mirada ladeada de diversión. Ashton, en cambio, lo miró abiertamente, burlón– ahora, ¿podemos ir a comer algo?

–De las mejores ideas que has tenido –alabó Ashton y, sin perder más tiempo, se dirigieron a las cocinas del Castillo.


Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora