Capítulo 11

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Ashton había tenido un día de entrenamiento complicado. Recientemente se había herido, pero eso no significaba que la dureza de los ejercicios que practicaban se redujera. De hecho, sospechaba que, por su lesión, estaban siendo especialmente inmisericordes con él.

En su mente, pasó brevemente el recuerdo de sus cumpleaños pasados, en el castillo Drummond, entre risas y juegos con sus hermanos. Todos, sin importar la edad, se reunían para celebrar al cumpleañero, muchas veces con juegos absurdos y que sólo buscaban hacerlos reír. Olvidarse de todo...

Qué lejos parecían estar aquellos días. Y nunca más volvería a ser... porque el castillo Drummond ya no era su hogar.

Ashton continuó asestando golpes con la espada hasta que lord MacAuliffe, con un gesto, le indicó que se detuviera. Se secó la frente con la manga de la túnica y, cuando el hombre mayor lo despidió para que descansara junto con los demás, mientras iba a recorrer las almenas del castillo, se sintió aliviado.

Apenas podía mantenerse en pie y tenía mucha sed, así que se acercó hasta las caballerizas, donde los demás jóvenes soldados se reunían. Al mirarlo, lo ignoraron en su mayoría. Después de todo, el único que casi siempre hablaba con él era Kyan.

–Drummond –dijo alguien. Ashton lo miró– ¿has venido a divertirte?

–¿A divertirme? –Ashton arqueó una ceja– ¿acaso el entrenamiento no es diversión suficiente?

–Desde luego. Para jóvenes como tú, eso es todo lo que es. Diversión.

–No solo el entrenamiento –respondió Ashton– todo para mí es eso. Simple diversión –acotó, para irritación del joven.

–¡Maldito...! –empezó, pero cerró la boca. Ashton no necesitó ver sobre su hombro para saber quién había llegado.

–¿Qué está sucediendo? –habló Kyan, quien, a pesar de ser de la misma edad de varios de ellos, era un capitán–. ¿No han tenido suficiente por hoy?

–Sólo estábamos divirtiéndonos... –exclamó él. Y del resto de jóvenes se escuchó un coro de asentimiento– después de todo, es lo que más le gusta a nuestro "amigo" –soltó, pasando un brazo por los hombros de Ashton y apretó, con fuerza– y, siendo así, creo que tenemos otra actividad, divertida, para ti.

–Munro... –adviritió Kyan, pero Ashton lo acalló con una mirada. No necesitaba que nadie lo defendiera.

–¿Ah sí? ¿Una actividad divertida? –Ashton inquirió, a la vez que se sacudió de su brazo–. ¿Cuál?

–Orla, ven aquí –llamó el joven a una chica que estaba cerca, en uno de los jardines cerca de las caballerizas– ¿recuerdas la prenda que me debes?

–Sí, señor –replicó la chica, de unos dieciséis años. Los miró alternativamente– ¿quiere que se la pague aquí?

–Sí, pero no a mí –Munro señaló hacia Ashton– a él.

Ashton se quedó tan sorprendido por el intercambio que no supo que decir. Ni fue lo suficientemente rápido como para reaccionar.

Nunca supo cómo lo hubiera hecho. Cuando los labios de la joven estaban sobre los suyos, él estaba demasiado estupefacto como para hacer algo más que quedarse quieto, dejándose rodear por los brazos de ella en su cuello y su aliento en su boca.

Dioses, ¿qué...?

Y lo escuchó.

Reaccionó, finalmente, pero muy tarde. No importaba que él ya se hubiera separado de Orla, pues no solo los jóvenes alrededor habían presenciado el que sería su primer, y totalmente torpe, primer beso.

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora