SixTeen: Sombras de Posesión

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La habitación estaba envuelta en una penumbra inquietante, rota solo por el leve sonido de los hielos al deslizarse en el vaso de vidrio que Christian sostenía. El tintineo resonaba en el silencio, como si cada movimiento del hielo fuera una pequeña amenaza. Sentía mi cuerpo pesado, hundido en la cama, y la realidad comenzaba a volver lentamente, desmoronándose a mi alrededor: Aaron ya no estaba conmigo. Christian lo había matado. Ahora estaba atrapada con él.

Mantuve mis ojos cerrados, aferrándome a la idea de que si no los abría, tal vez, solo tal vez, todo esto desaparecería. Pero una risa ronca y maliciosa, que conocía demasiado bien, rompió el frágil silencio que había intentado mantener.

—Abre los ojos, Jade —ordenó Christian con una voz firme, cada palabra impregnada de dureza—. Sé que ya no estás dormida.

Mi corazón latió violentamente en mi pecho, y aunque intentaba mantenerme quieta, sabía que no podía escapar de su presencia. Supe que cuanto más resistiera, peor sería. Suspiré con resignación y abrí los ojos lentamente, permitiendo que la tenue luz que se filtraba en la habitación me envolviera. Allí estaba él, sentado en una silla junto a la cama, observándome con una sonrisa torcida en sus labios. Una sonrisa que no contenía ni un rastro de ternura, sino algo mucho más oscuro. Esa mueca estaba llena de resentimiento, posesión, y algo mucho más profundo que no lograba comprender del todo.

Christian bebió un sorbo de lo que tenía en el vaso, sus ojos nunca abandonando los míos. No necesitaba decir nada para que supiera lo que sentía. Su furia, su frustración, todo estaba escrito en la manera en que me miraba, como si fuera algo que había perdido y recuperado a la fuerza.

Intenté tragar, pero mi garganta estaba seca. Cuando finalmente hablé, mi voz era apenas un susurro, temblorosa y débil.

—Christian...

Su sonrisa se ensanchó, pero no de la manera que me había enamorado una vez. Era una sonrisa amarga, llena de algo retorcido. Volvió a llevar el vaso a sus labios, y luego lo dejó caer con un fuerte estruendo contra la pared. El vidrio se hizo añicos, el sonido reverberando en la habitación y haciendo que mi cuerpo saltara del susto.

—Cuatro meses, Jade —gruñó, su voz era baja pero cargada de rabia contenida—. Cuatro malditos meses. Me dijeron que cuando tu mate muere, deberías haberte desmayado, tal vez por unos días, una semana como mucho. Pero tú... —se detuvo, su mirada se oscureció aún más, casi cruel—. Dormiste cuatro jodidos meses.

Mis ojos se agrandaron, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Cuatro meses. Había estado inconsciente durante cuatro meses. Sentí que el aire me abandonaba, como si el tiempo se hubiera detenido mientras yo estaba atrapada en la oscuridad. El mundo había seguido sin mí, y Christian había esperado... había esperado tanto tiempo. El terror se apoderó de mi cuerpo, como una red que no podía soltar.

—¿Lo amabas tanto como para desaparecer de este mundo? —continuó, su tono se tornaba más venenoso con cada palabra que salía de su boca—. ¿Amabas a ese maldito vampiro al punto de dejarme solo? ¿Dejaste que él te robara de mí?

El vaso roto era ahora el reflejo de lo que sentía dentro de mí: astillada, rota, en mil pedazos, con cada fragmento hiriendo mi corazón. Las lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos, pero sabía que llorar solo lo haría más fuerte. Aún así, no pude detenerlas. Empezaron a rodar por mis mejillas, silenciosas pero cargadas de dolor.

—¡Te fuiste con él! —gritó, levantándose de la silla con una agilidad aterradora. Caminó hacia mí, su mirada fija en mi rostro—. Te fuiste con ese maldito bastardo y me dejaste. —Su voz se quebró, pero no en dolor, sino en furia descontrolada—. ¡Te amaba! —exclamó con una pasión que me heló el alma—. ¡Te amo, Jade! Y tú... tú me dejaste para morir con él.

Mi respiración se aceleraba, y cada palabra suya era una daga que se clavaba más profundamente en mí. Intenté hablar, decir algo que pudiera calmarlo, pero no sabía qué decir. Nada de lo que saliera de mi boca cambiaría lo que había sucedido. Aaron estaba muerto, y Christian lo había asesinado.

Antes de que pudiera procesar sus palabras, Christian se lanzó sobre mí. No de manera violenta, sino como una tormenta que se desata con un poder imparable. Me besó de repente, sus labios aplastándose contra los míos, invadiendo cada centímetro de mi boca con una intensidad que no era pasión, sino pura dominación. Su lengua se adentró, forzando su camino, y mis manos, en un acto reflejo, intentaron empujarlo, pero mi resistencia solo pareció fortalecer su determinación.

—Vas a entender que no puedes escapar de mí, Jade —susurró entre besos, su aliento caliente contra mi piel mientras sus manos recorrían mi cuerpo con un toque que hacía que me estremeciera de miedo—. Nunca más.

Las lágrimas corrieron sin cesar, cada una de ellas era una muestra de la impotencia que sentía, la desesperación de saber que ya no podía hacer nada. Christian no solo estaba decidido a tenerme; estaba decidido a quebrarme. Sus manos se movieron con una posesividad que me revolvió el estómago. Cada caricia, cada roce era una afirmación de que yo ya no era dueña de mi propio cuerpo. Yo era suya. Solo suya.

—Si no te hubieras ido —murmuró, su voz baja pero cargada de una amargura que no había escuchado antes—, esto podría haber sido especial. Esto podría haber sido perfecto. —Sus dedos recorrieron mi brazo, pero no había dulzura en su toque, solo desesperación y control.

Me aferré a la manta bajo mi cuerpo, tratando de mantener algún tipo de control sobre mí misma, pero sus manos eran rápidas y seguras. Antes de que pudiera reaccionar, Christian había arrancado mi camiseta, dejándome expuesta ante él. El aire frío de la habitación chocó contra mi piel desnuda, pero lo que más me congeló fue la manera en que sus ojos me devoraban, como si ya no fuera una persona, sino una posesión, algo que le pertenecía.

—Christian... —mi voz se quebró, un sollozo escapando de mis labios—. Por favor, no hagas esto.

Pero no me escuchó. Ató mis muñecas con una cuerda, su mirada fija en mí mientras lo hacía. No había odio en sus ojos, solo una convicción retorcida de que todo lo que estaba haciendo era lo correcto. Estaba moldeándome, rompiéndome a su imagen. Para él, yo no era más que una extensión de su voluntad.

Se desnudó frente a mí con una calma escalofriante, sus movimientos deliberados, disfrutando de cada segundo que yo temblaba bajo su mirada. Cada segundo que pasaba, mi corazón latía con más fuerza, pero no por deseo. Era el terror lo que llenaba cada rincón de mi cuerpo.

—Mírame —ordenó con voz firme, tomando mi rostro con ambas manos y obligándome a mirarlo a los ojos. Esos ojos que antes me habían llenado de amor, ahora solo contenían frialdad y obsesión.

Sentí sus manos en mi cuerpo, apretando, reclamando, mientras se desnudaba con una lentitud meticulosa. Mi respiración se volvía entrecortada, mi mente luchaba por desconectarse de lo que estaba pasando, buscando desesperadamente refugio en algún lugar donde él no pudiera alcanzarme. Aaron. Intenté pensar en Aaron, en su sonrisa, en su ternura, pero cada vez que lo hacía, la realidad me golpeaba con una brutalidad insoportable: Aaron estaba muerto. Christian lo había matado. Y yo... estaba atrapada.

Un estremecimiento recorrió mi columna mientras él me invadía, brutal y sin compasión. Mi cuerpo se sacudía bajo su peso, cada movimiento doloroso, y el aire se me escapaba en pequeños jadeos sofocados. Mi mente, en algún lugar, comenzó a desconectarse de mi cuerpo, buscando refugio en los recuerdos de Aaron, en su risa, en sus palabras de amor. Pero cada vez que intentaba pensar en él, la realidad me golpeaba de nuevo. Aaron estaba muerto. Christian lo había matado, y yo estaba aquí, prisionera.

—Nunca vas a dejarme, Jade —gruñó, su voz temblando de placer y violencia al mismo tiempo—. Porque si no puedo tenerte, nadie más lo hará.

Esas palabras me perforaron, hundiéndose en mi mente como una sentencia de muerte. Yo ya no era Jade. Ya no era la chica que había amado a Aaron. Ahora era una sombra, una marioneta en manos de alguien que me había robado todo, incluso mi voluntad. Sentí sus movimientos, cada uno de ellos arrancándome algo más, hasta que solo quedé yo, rota y vacía.

El mundo a mi alrededor desapareció. Ya no había nada más que el.

Secuestrada por mi mate alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora