Mara
La espalda baja me dolía mientras cruzaba la calle, mis pies hinchados y cansados seguían avanzando con dificultad. El sol radiante brillaba en lo alto y el cielo despejado no mostraba ni una sola nube.
Al llegar a la puerta del local, divisé a Davide, mi padre y mi hermano ocupados pintando las paredes con demasiada concentración. Con pasos lentos y cuidadosos, me adentré en el local, acariciando suavemente mi abultado vientre. El penetrante olor a pintura fresca me embriagó de inmediato, provocándome una leve sensación de malestar.
Davide levantó la mirada al percibir mi presencia y se apresuró a mi lado, ayudándome a acomodarme en uno de los sofás del lugar.
- Hola cariño - susurró con ternura.
Depositó un tierno beso en mi frente y otro en mi vientre.
Sara irrumpió en la escena con un gesto de molestia en su rostro, portando unas botellas de refresco.
- El tipo de la esquina se negó a venderme cerveza, según el tengo cara de niña - expresó con fastidio.
Sonreí ante su comentario y Davide la tranquilizó, para luego buscar su botella y beber de esta. Mi hermano y mi padre hicieron lo mismo.
Mi hermano estaba felizmente casado con Elenor y juntos tenían un pequeño de nueve meses. Mi padre nos visitó con su esposa en una especie de vacaciones familiares que, claramente, habían acabado siendo un trabajo para los tres.
Hace poco más de un mes, después de un agotador trabajo de ahorro junto a Davide, finalmente pudimos adquirir un pequeño local justo enfrente de nuestra casa. La idea era convertirlo en una cafetería, mi cafetería. Después de tanto esfuerzo y dedicación, las cosas parecían estar tomando forma.
En medio de todo esto, también tenía mi pequeño emprendimiento de pastelería desde casa. Al principio, las cosas no iban tan bien, apenas tenía pedidos, pero con el tiempo comencé a ser más reconocida. Era un trabajo que me apasionaba profundamente, me encantaba pasar horas y horas en la cocina, aunque a veces necesitaba tomarme un buen descanso, disfrutaba de lo que hacía.
Sin embargo, en los últimos dos meses tuve que tomarme un descanso de mi trabajo debido a mi embarazo. Con ocho meses de gestación, los días se volvieron más agotadores. Al principio, cuando recibimos la noticia, dudé en querer tenerlo. Tenía mucho miedo, temía convertirme en mi madre.
No quería repetir los errores de mi madre, no quería que mis hijos me odiaran por no saber amarlos correctamente. No quería ser una madre ausente, fría y distante. Mis pequeños merecían todo el amor del mundo y yo quería dárselos, pero el miedo seguía presente.
Me aterraba la idea de ser como mi madre, de repetir el mismo patrón. ¿Y si no era capaz de amarlos como se merecían? ¿Y si seguía los pasos de ella sin darme cuenta? Ese pensamiento me atormentaba cada día, pero en el fondo sabía que quería tener a mi hijo, no podía dejar que el miedo me detuviera.
No podía permitir que los fantasmas del pasado controlaran mi futuro. A pesar de todas mis dudas y temores, quería darle todo lo que mi madre no pudo darme, quería ser diferente, quería ser mejor.
Por otro lado, Davide había emprendido de nuevo su camino en el mundo de la música. Después de haber dejado atrás su etapa como integrante de una exitosa banda, se encontraba ahora en busca de una oportunidad como solista. Sin embargo, el camino no era sencillo y le costaba encontrar una discográfica que creyera en su talento y le permitiera expandir su música.
A pesar de los obstáculos, Davide mantenía una actitud positiva y perseverante. Al principio, muchos no apoyaban su decisión de abandonar la banda, pero él supo explicar las razones detrás de su partida y finalmente logró hacerse un hueco en la industria musical como solista.
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En busca de una nueva vida | sin mirar atrás
RomanceMara era una chica común, con una vida común. Creía haber encontrado el amor verdadero en su novio, Javier. Sin embargo, un fatídico día descubrió algo que destrozó su corazón: Javier le estaba siendo infiel con su mejor amiga, Carla. Sin pensarlo d...