⚽ Capítulo diecinueve ⚽

1K 126 6
                                    

Bianca

Faltaban cerca de diez minutos para que dieran las seis de la mañana. Samuel dormía profundamente y yo seguía pensando en todo lo que me había contado.

Apagué la alarma de mi celular, la cual solía sonar a las seis en punto todos los días. No quería que él se despertara, pues asumí que necesitaba un largo descanso después de tanta mierda.

Apolo se bajó de la cama cuando se hicieron las seis, caminó hacia la puerta y se sentó frente a ella. Le di un último vistazo a Sam y me levanté de con cuidado, abrí la puerta para que Apolo pudiera salir y me fui directo al baño. Apenas unos minutos después salí rumbo a la cocina.

—Buenos días por la mañana. —me saludó mi padre con todo el ánimo del mundo mientras se las arreglaba para hacer que la cafetera funcione— ¿Trabajas hoy? —negué.

—No trabajo los miércoles. —respondí y saqué dos tazas de la alacena— ¿Tienes guardia hoy? —asintió y me quitó las tazas de la mano.

—Trabajo en el regional hasta las dos de la tarde y después tengo guardia en el hospital de niños. —explicó— posiblemente me quede ahí hasta las seis, o tal vez hasta las ocho, dependiendo de la clase de pacientes que tenga.

—No crees que ya sea hora de. —negó.

—No. —respondió— Aún no es el momento. Todavía debo perfeccionarme más. —guardó silencio durante el corto trayecto de la encimera hasta la mesa, colocó ambas tazas sobre ella y tomó asiento— Bian ¿Crees que puedas llevarme el almuerzo al trabajo? Si no es mucha molestia, claro. —reí— Podría pedir comida en algún bar, pero mi estómago se revuelve de solo pensar en comida rápida.

—¿Algo que quieras en particular? —sonrió y se frotó las manos— Tengo el día libre, puedo darme el lujo de cocinar.

—Pasta. —respondió y asentí.

Desayunamos en silencio, escuchando como los perros jugaban en el patio de la casa.

Mi padre era bastante estricto con sus reglas sobre la mesa, no se podían usar ningún tipo de pantallas, tampoco escuchar música y solo se podía hablar cuando ambos hubiéramos terminado de desayunar o cenar, porque nunca almorzábamos juntos.

—Pa. —pronuncié cuando asumí que ya podía hablar— Una vez mencionaste que tenías una compañera de trabajo que es psicóloga. —comenté y él alzó la mirada en mi dirección.

—¿Quieres ir a terapia? —preguntó y yo bajé la vista hacia mi taza.

—No estaría mal. —respondí.

—No está nada mal. —dijo y se levantó de su asiento— Voy a pasarte su contacto, dile que vas de mi parte y que eres mi hija. Luego arreglo con ella el tema del pago de las sesiones. —asentí— Me voy. —anunció mirando su reloj— Voy a cepillarme los dientes en el trabajo porque sino no llego. —reí al verlo tomar sus cosas con rapidez— Te adoro, hija. —dijo y besó mi cabeza antes de salir casi corriendo de la cocina.

Subí de nuevo a la habitación luego de haber limpiado ambas tazas y de haberles dado de comer a los perros. Abrí la puerta con cuidado, tratando de no hacer tanto ruido y ví a Samuel durmiendo boca abajo.

La luz del sol iba aumentando su intensidad conforme avanzaban las horas y eso era evidente en la cantidad de luz que entraba por las enormes ventanas de mi habitación. Me moví con cuidado y bajé las persianas para que Samuel no se despertara por la intensidad de los rayos del sol y luego me senté en el borde de la cama.

Cualquiera podría pensar que estaba loca si entraba a mi habitación y me veía observando a Sam de esta manera, pero no podía apartar mi vista de él. Había algo en el que me dejaba completamente hipnotizada. Tenía mi mirada clavada en sus pestañas y me sorprendía lo largas y oscuras que eran. También me fijé en su nariz y en cuan perfecta era, en el grosor de sus labios.

Fuera de juego [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora