El Interrogatorio Silencioso

42 32 1
                                    

I

Carlos ajustó rápidamente el espejo retrovisor mientras encendía el motor de su auto, el sonido del motor resonaba en la tranquila noche. Descaradamente se había ido nuevamente a apostar en el casino, olvidándose por completo de las preocupaciones de su hogar.

No tenía tiempo que perder; cada minuto contaba. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de ansiedad y determinación lo impulsaba a pisar el acelerador con fuerza. La carretera parecía deslizarse bajo las ruedas, y las luces de los otros coches se convirtieron en un borrón mientras avanzaba a toda velocidad.

De repente, una señal de alto apareció frente a él. Carlos apenas tuvo tiempo de reaccionar. Giró el volante con fuerza, haciendo que el coche derrapara, y en un instante, estuvo en una dirección prohibida. El destino estaba claro: su casa. Pero la necesidad de llegar lo hacía temerario. Las calles vacías lo invitaban a sobrepasar los límites, y lo hizo, ignorando la distancia segura entre su vehículo y los otros que encontraba a su paso.

Tan concentrado estaba en la urgencia que no se percató del coche que giraba adelante. Fue solo un instante, un cruce de miradas entre los conductores, y el frenazo de un vehículo que sólo pudo salvarse gracias a una rápida maniobra. El sonido de los neumáticos chirriando llenó el aire y Carlos sintió una descarga de adrenalina. Ya no podía mirar atrás; la sensación de peligro era nada comparada con su preocupación.

Su mente estaba atormentada con preguntas. ¿Qué estaba sucediendo en casa? ¿Por qué había sentido esa punzada de inquietud al recibir la llamada de su esposa? La voz de ella seguía resonando en su cabeza, temblorosa y preocupada, mencionando a la joven desconocida que había llegado a la casa. Sibilando entre enredos, la situación parecía más complicada de lo que Carlos podía imaginar.

Finalmente, después de lo que sintió como una eternidad, llegó a su calle. Acelerar aún más, el brillo de las luces de su hogar se convirtió en un faro de esperanza y miedo. Al detener el coche de golpe, saltó del asiento, sin preocuparse por cerrar la puerta. Corrió hacia la entrada, su corazón todavía latiendo descontroladamente. Ya no importaba si el viaje había sido imprudente; lo único que quería era saber qué estaba pasando, asegurarse de que su esposa estuviera a salvo junto a esa misteriosa joven.

La puerta estaba entreabierta. Carlos respiró hondo y cruzó el umbral, dispuesto a enfrentar la verdad, sin imaginar las revelaciones que lo aguardaban dentro.

II

Carlos empujó la puerta con suavidad y entró en la habitación, donde una luz tenue iluminaba el ambiente. Sus ojos se posaron rápidamente en Casilda, que estaba de pie junto a una joven con una sonrisa alegre y despreocupada. Carlos estaba perplejo, esa jovencita no podía ser la fiera salvaje que había dejado dormida esta mañana.

—Marujita —la llamó Casilda, mientras ambas compartían una risa suave que parecía llenar el espacio.

Sin embargo, lo que más atrajo la atención de Carlos no fue la conversación ligera, sino un rasguño en el rostro de Casilda, que destacaba contra su piel clara. La preocupación se apoderó de él; su corazón dio un vuelco ante la visión de aquel indicio de dolor. Se acercó un poco más, frunciendo el ceño.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó, tratando de mantener la calma, aunque su voz tuvo un tono que delataba su inquietud.

Casilda se volvió hacia él, el brillo en sus ojos se desvió, y sonrió de nuevo, como si quisiera restarle importancia al incidente.

—No es nada, mi amor —respondió con un aire de despreocupación—. Solo un pequeño rasguño, ya sabes cómo soy. Me tropecé en el jardín acomodando la cerca.

La joven EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora