Los Papeles se intercambiaron

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I

La tía Sylvia siempre había sido una figura imponente en la vida de Eleanor. Su personalidad dominante y su mirada crítica añadían un aire de tensión cada vez que se encontraban. Sin embargo, ella la amaba, y lo digo en tiempo pasado porque desde el incidente de la caída por las escaleras la dinámica de su relación cambió de una manera drástica.

Eleanor, en un tropiezo inesperado perdió el equilibrio y cayó, si Carlota hubiera mantenido la noticia en secreto nada de esto hubiera pasado. Al principio, todos se preocuparon por su bienestar, pero la tía Sylvia, desde el fondo del pasillo y aún en su silla de ruedas, no podía dejar de pensar en una cosa:

—¿Y si se cayó por mi culpa? — La idea la consumía, alimentando un odio que antes no había estado presente.

Aún así, El amor aún no obtenía el permiso para morar en los corazones de las personas que habitaban aquella enorme casa.

La tía Sylvia comenzó a tratar a Eleanor con frialdad, como si fuera una desconocida. Sus miradas evitaban el contacto, y sus interacciones se tornaron cortantes y distantes. Las palabras de aliento que antes solía ofrecer se diluyeron en un silencio ensordecedor. En lugar de brindar apoyo, cada encuentro se sentía como una condena. Era como si la caída de Eleanor hubiera sido una traición, una falta de respeto a la imagen que la tía Sylvia tenía de sí misma.

El comportamiento de Sylvia no pasó desapercibido para Eleanor, quien se sintió herida y confundida. Cada vez que intentaba acercarse a su tía, buscando reconocer el cariño que alguna vez existió entre ambas, solo encontraba una barrera impenetrable. La tía Sylvia la miraba como si Eleanor fuera un recordatorio de su fracaso, una representación de su debilidad, y eso alimentaba el odio que había comenzado a crecer en su interior.

—Solo es su enfermedad — se decía a sí misma Eleanor — ella no está cuerda, no lo hace de manera consciente. En cuanto empiece a tomar su tratamiento todo volverá a ser como antes.

¡Santo remedio! Pero un remedio puesto a prueba que tuvo muchas medicaciones fallidas, con alta tasa de errores sin enmendar, y que en lugar de curar pacientes, duplicaban al triple Su trastorno.

Fue una guerra silenciosa, donde los sentimientos reprimidos y las heridas no expresadas se entrelazaban con cada palabra no pronunciada. Eleanor detectaba un rencor palpable en la actitud de Sylvia, un desprecio que se manifestaba en gestos sutiles, pero que era imposible pasar por alto. La risa que solía resonar entre ellas se había desvanecido, y lo que quedaba era un eco de resentimiento y desconfianza.

Con el tiempo, la situación se volvió insostenible. Eleanor deseaba desesperadamente la reconciliación, pero la tía Sylvia, atrapada en su propio laberinto de culpa y odio, parecía disfrutar de esa distancia. La relación que alguna vez había sido un pilar de apoyo ahora se había convertido en un campo de batalla emocional, donde ambas luchaban con sus demonios.

Era doloroso ver cómo la tía podía distanciarse de su propia sangre, cegada por la necesidad de autosuficiencia que había desarrollado tras el accidente. Así, la historia se tejía con hilos de resentimiento y malentendidos, dejando a ambas en un limbo de emociones no resueltas, donde el amor y el odio coexistían de manera destructiva.

Hasta que un día, pasó lo que nunca debió de pasar... Carlota debió de haber encerrado todas las drogas y fármacos de Sylvia bajo llave y en un lugar inalcanzable para la enferma.

Sylvia había sido una maestra consumada del engaño. A ojos de todos, su transformación había sido milagrosa; había pasado de necesitar una silla de ruedas para desplazarse a aparentar tener una vida plena y activa. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, el dolor y la inseguridad la mantenían atada al pasado, como si cada paso en falso pudiera hacerla caer de nuevo en la oscuridad.

La joven EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora