Narra Ale.
Cada vez que cuento esta historia, no puedo evitar llorar a moco tendido. Es algo que no soporto recordar, pero los recuerdos acuden a mí, sin ser llamados.
Daniel me pone la mano en la espalda y la mueve despacio.
- No llores, si tu padre te ve llorar desde ahí arriba se va a poner triste y tu no quieres, ¿Verdad?
Niego con la cabeza y me quita las lágrimas.
- Que tal si comemos algo, como te has ido en mitad de la cena, tengo un hambre.. De mil demonios. - Dice mientras le rugen las tripas.
- Vale, podemos cenar un bocadillo. ¿Qué te parece? - Digo quitándome los tacones.
- Bien. Vaya taconazo, no sé como no te dejas los dientes en el suelo con ellos.. - Dice cogiéndolos y midiendo la altura del tacón con sus dedos.
Me voy a la cocina y me sigue a los segundos.
- Yo me lo voy a hacer de queso, ¿Tú de que lo quieres?
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Cuando acabamos de comer los bocadillos, Daniel dice que se va a su casa.
- Voy a irme, hace hora y media que llegué y mi madre se estará preguntando por qué tardo tanto.
- Vale, vecino.
Le acompaño a la puerta y justo cuando sale aparece Jesús.
- ¿Por qué coño has tardado tanto? - Dice muy enfadado, Jesús.
- Porque hemos cenado juntos, que teníamos hambre. - Dice Daniel muy tranquilo.
- Pensaba que te había pasado algo.
- Sí, me van a secuestrar de aquí a casa. ¡Qué vivimos al lado! - Le revuelve el pelo y Jesús le da una hostia, por despeinarle.