Octavo Capítulo.

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Su mente se volvía loca buscando el lugar del que provenía su olor.
Hacía ya horas que la huella de un beso en su mejilla había dicho "Hasta pronto".
Pero ahora, entre el humo gris de un cigarrillo, volvía a estar en aquella solitaria playa, sentado a su lado.
Se sentó en el bordillo, con los pies en la carretera, y, con la colilla casi extinta de su cigarrillo, encendió uno nuevo.
Había algo familiar en aquellos ojos.
Se dijo a sí mismo que podría pasar horas mirándolos.
Cruzó las piernas estiradas y vio una mancha de barro en una de las botas.
Se llevó un dedo a la boca, lo llenó de saliva y la limpió con mimo.
Tenía todo el día por delante hasta que su "amigo" se reuniera con él. Pero no tenía ganas de nada.
Se sentía solo. Eso era extraño para él.
Quiso volver a tenerla entre sus brazos. Quiso sentir sus dedos enlazados con los de ella.
"Jack, eres imbécil. Rematadamente imbécil".

Metió la mano en el bolsillo de la cazadora y, junto con la harmonica, sacó el papel que le había guardado el tipo del traje negro.
Una mueca de sorpresa se dibujó en su cara al darse cuenta del contenido del papel.
Era la carta que había quemado hacía ya muchos días.
La releyó y la volvió a guardar.
En mitad de aquella nada de asfalto, de nuevo empezó a tocar.
Con cada soplido balanceaba su cuerpo adelante y hacia atrás.
Gruñía en mitad de la melodía, haciendo más latente el dolor que se le escapaba de los mismos pulmones.
Cada nota parecía decir vuelve.
El sol le abrasaba la nuca, pero siguió tocando.
No soltaba el cigarrillo con el que ya se quemaba, sujeto entre los dedos índice y corazón de su mano derecha.
Dio una calada y dejó que el humo saliera a través del pequeño instrumento.

Cerró los ojos y sintió como si no hubiese nada a su alrededor; sólo él, su harmonica y los ojos de aquella muchacha, mirándolo fijamente mientras hacía lo que mejor sabía hacer.
Hacía llorar la plateado instrumento mientras lo escondía entre sus manos con todo el amor que quedaba dentro de su corazón.

Por fin se levantó y, pensando en aquello que hacía que todo le resultase un poco más fácil, empezó a recorrer la carretera, sin ir a ningún sitio en concreto.

Lo único que esperaba era esa mano sobre su hombro, que lo invitase a pasar otra noche discutiendo con la soledad.
Lo único que quería ver eran esos ojos; esos labios diciéndole hola.

A él no le pasaban esas cosas.

Sólo tenía dolor y pesar.
Algo como aquello no estaba escrito en las páginas de su libro.

Miró al cielo. Directamente la sol. Se quitó las gafas y gritó: "¿Por qué sigues riéndote de mí? ¿Por qué no me concedes ni un momento de alivio?"

Notaba que le faltaban las fuerzas.
Sabía que jamás volvería a recuperar lo que un día tuvo.
Se le partió el alma en mil y un pedazos la darse cuenta de su error: la lluvia había ablandado su corazón de piedra.

Caía la noche y sintió un terrible vacío la darse cuenta de que ésta no la compartiría con la preciosa desconocida.

Te debo una melodía.Where stories live. Discover now