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Aleksei avanzaba entre la espesura del bosque, llamando el nombre de Dante con insistencia. Cada grito se perdía entre los árboles y solo le recordaba cómo, en otro tiempo, también lo había buscado desesperadamente, aunque intentaba bloquear aquel recuerdo.

Deteniéndose un momento, su voz se quebró en el eco vacío y, tras darse por vencido, se giró para regresar a alertar a Demian y a los demás. Justo entonces, divisó una cabaña oculta entre las sombras de los árboles. Aunque parecía abandonada, algo le decía que Dante podía estar allí.

Con una última chispa de esperanza, abrió la puerta, y el olor familiar de madera y la calidez de una chimenea encendida lo recibieron. Al entrar, sus ojos se posaron en Dante, quien yacía en el sofá, cubierto con una manta. Al lado de él, un hombre de mediana edad, el guardián de aquellos bosques, lo observaba con una ligera sonrisa.

El guardabosques, le tendió una taza de té a Dante y luego miró a Aleksei con una pizca de burla en los ojos.

—Hace mucho que no lo veía por estos parajes, señor Kuznetsov.

—Por favor, ahórrate lo de "señor" —replicó Aleksei con un gesto desinteresado, acercándose a Dante sin invadir demasiado su espacio, como si temiera que pudiera alejarse.

Hubo un instante de silencio antes de que Aleksei respirara hondo y hablara con tono bajo y contenido.

—Dante, en un tiempo te vi como a un hermano menor...

Dante lo interrumpió, mirándolo de soslayo.

—Nadie se folla a un hermano menor.

Constantine arqueó una ceja, divertido.

—¿Te acostaste con tu hermano menor? —preguntó en tono burlón, ganándose una mirada asesina de Aleksei.

Aleksei desvió la vista, buscando palabras que no encontraban fácil salida.

—Dije "en ese momento", Dante. Luego me di cuenta de que mis sentimientos por ti... eran algo más. Y cuando comprendí que te amaba de una manera distinta, que mi amor era... romántico, supe que mi padre no permitiría que estuvieras conmigo. Por eso me adelanté, le pedí que te casara conmigo. Nunca he querido imponerte nada, y jamás te he forzado... pero siempre he llevado este peso. —Contuvo la respiración, vacilante.

Dante lo observaba en silencio, su mirada reflejaba un matiz de desconcierto, mezcla de dolor y confusión.

—¿Cuando fue eso?

Aleksei tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.

—Fue cuando tenías quince, quizás dieciséis años.—confesó, haciendo que Dante abriera los ojos por la sorpresa.

—¿Por qué no me dijiste nada?—Dante apenas susurró, su voz temblorosa—. ¿Qué te detuvo?

 —Si no te lo dije fue porque temía que me vieras como alguien... enfermo, como si algo estuviera mal en mí.

Un silencio denso llenó la estancia. El crepitar del fuego era el único sonido, y Aleksei sintió un ardor en sus ojos, como si el peso de sus secretos finalmente lo estuviera aplastando.

—¿Y tu padre? ¿Por qué sigue insistiendo en eso? —Dante habló en un susurro, con los ojos fijos en la chimenea.

—Porque... cree que me aproveché de ti —respondió Aleksei, con un nudo en la garganta.

Justo entonces, la voz grave de Constantine rompió la atmósfera tensa.

—¿Alguien quiere algo de beber? —intervino, ganándose otra mirada irritada de Aleksei.

Obligados a amarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora