1. Nueva creación

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      El "hombre" encorvado con una cicatriz en el lugar en el que debería tener nariz, ojillos amarillos y bata blanca sonrió de manera horripilante cuando su creación abrió los ojos. Tras años de duro trabajo, el profesor Nye aún no había logrado averiguar el lugar en el que se encuentra el alma en los humanos. Por ello, decidió crear algo que le permitiría cumplir su sueño.

      La invención con aspecto de mujer se incorporó en la camilla en la que se encontraba. A simple vista, parecía perfectamente normal, con la única rareza de poseer un ojo marrón y otro azul.

      Sin embargo, el loco genio sabía que era compleja; compuesta por partes del cuerpo de sus víctimas, unidas en uno solo con su talento y sin dejar rastro de los puntos que había tenido que aplicar.
      Miró el almacén, desorientada, con los ojos entrecerrados debido al foco de luz que tenía sobre su cabeza.

      —¿Qué ha ocurrido? —cuestionó ella. Su voz parecía lija.

      —Soy tu creador. Has renacido gracias a la magia de mi medicina. Ahora mismo solo posees agilidad y fuerza sobrehumanas pero, si me obedeces, adquirirás nuevas habilidades. Lo que quiero pedirte es sencillo, necesito que dejes inconsciente a mortales y magos y que me los traigas. Por cada uno, te dotaré de una habilidad nueva. ¿Aceptas el trato?

      El ser le miró durante unos segundos. Intentó sonreír para imitar a su creador, pero se quedó en una mueca. Nye asintió, satisfecho.

      —Antes de que te vayas, deberías vestirte. En el perchero de allí encontrarás ropa de... bueno, antiguos clientes.

      La mujer se puso de pie y, con pasos temblorosos, se acercó al lugar indicado. El doctor, al ver su torpeza, casi se puso tierno. Casi. Lo único que conseguía provocar ese efecto en él eran las torturas que cometía de vez en cuando. Sus gritos de dolor siempre son música para sus oídos.

      Aparte de ropa interior, unos pantalones, una camiseta y unas botas, la mujer cogió lo que parecía ser una capa roja color sangre.

      Cuando se había vestido, se aproximó a su amo, con un brillo malicioso en sus ojos bicolores, atenta a su reacción.

      —Perfecto. Dejando aparte el hecho de que te has puesto la capa del revés, todo perfecto. En fin, ahora lo solucionaremos. Pero antes, deberás adoptar un nombre. ¿Se te ocurre alguno?

      —Em... ¿Qué le parece Loba Feroz?

      —¡No, por Dios, no! —gritó con su voz chillona y desagradable—. Elige otro. Piensa en lo que... te define.

      La ataviada de rojo se quedó pensativa unos milisegundos, hasta que frunció el ceño.

      —Pero... No sé qué me define. Acabo de nacer.

      —Sí, pero...

      —¡Ya sé! —exclamó de pronto. Nye se sobresaltó y dio un bote—. Me llamaré Muerte Roja.

      —Bueno, está bien —se resignó—. Por lo menos no te entrará antojo por soplar a las casas para destruirlas.

      Ella lo miró sin pestañear. El doctor reprimió un suspiro. Se lo tenía merecido: le había metido en la cabeza todos los conocimientos posibles sobre lucha, defensa, enemigos y ataques pero, por el contrario, no tenía ni idea de arte, cultura, deportes... No lo consideró necesario en su momento, ya que lo único que necesitaba era una máquina de matar... bastante estúpida, a decir verdad.

      Muerte Roja apartó la mirada de una mosca que revoloteaba por la sala y la posó en el psicópata. Intentó decir algo varias veces, pero parecía que se contenía para no hacerlo. Finalmente, se atrevió a ello:

      —Señor, necesito un arma. ¿Usted me la proporcionará?

      —Me temo que no, Muerte Roja. Soy un genio del mal y de la medicina, no un forjador de metales. No te preocupes, pues encontrarás algo que se adapte a ti en el exterior. También recuerda que nunca debes decir que yo te creé ¿Comprendido?

      —De acuerdo. ¿Me voy ya, doctor? Tengo ganas de liquidar a alguien.

      —Sí, sí, fuera de aquí. Tengo cosas que matar... digo que hacer. Cosas que hacer, sí.

      La mujer consiguió esbozar una sonrisa pasable y, tras ponerse la capa correctamente, se dirigió a la puerta trasera que su creador le había indicado. Se quedó mirándola un rato, intentando averiguar qué debía hacer con esa cosa. 

      —¿En serio? ¿No sabes abrirla? —cuestionó Nye, que había perdido su diminuta paciencia.

      —No. 

      —Tienes que tirar el picaporte hacia abajo y después hacia ti —al ver que no reaccionaba, añadió—, lo plateado alargado que brilla.

      Ella asintió con la cabeza, después obedeció, soltó una exclamación de sorpresa y por fin se encontraba fuera. El doctor tuvo que ir a cerrar la puerta que se había dejado abierta, mientras aprovechaba para reprimirse el haber creado un ser más idiota aún que Scapegrace.

      Muerte Roja respiró el aire frío y limpio de Irlanda en febrero. Desde luego, era mejor que el de desinfectante, sangre y metal que flotaba en el laboratorio de Nye.

      Se puso su capucha color rojo sangre y empezó a andar a buen paso, buscando una posible primera víctima o, al menos, un arma. Desgraciadamente para ella, la lluvia y la noche invitaba a los ciudadanos a quedarse en sus hogares y, por más que buscaba, no aparecía ningún transeúnte.

      Cuando estaba a punto de darse por vencida, oyó una voz masculina a sus espaldas. Al ser se le iluminó la mirada: al fin podría hacer honor a su nombre.

      Se giró para observar a su presa y sonrió al ver que era humano. Acabaría con él enseguida.
Se acercó a él con pasos decididos y, con un movimiento que no vio venir, le tapó la boca y tiró de él hasta el callejón más cercano. El humano intentaba zafarse de su agarre, pero la fuerza de la mujer sobrepasaba la suya con creces. Muerte no podía borrar la sonrisa de su rostro al notar el miedo en su primera víctima.

      —Tranquilo, no voy a hacerte nada malo.

      Los músculos del hombre se relajaron y su expresión de terror se suavizó ligeramente.
La criatura rio como la psicópata que era y aprovechó el momento de distracción de su presa para colocarse detrás de ella y apretar con su brazo derecho el cuello del hombre de mediana edad y apretó. Este se agitaba, angustiado, pero su estrangulamiento acabó pronto, quedando inconsciente.

      Muerte cogió en volandas a su primera víctima sin ningún esfuerzo y empezó a dar saltos de alegría por las calles de la ciudad en dirección al laboratorio de su creador.
Por primera vez en su vida (es decir, por primera vez en una hora), se sentía plenamente feliz.

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¡Buenas! Aquí os traigo el primer capítulo de esta FanFic de Skulduggery Pleasant. En este episodio, hemos conocido a Muerte Roja, la creación del Doctor Nye. ¿Qué opináis de ella? Dejadlo en los comentarios. ¡Hasta el próximo capítulo! :D

Detective Esqueleto: Muerte RojaWhere stories live. Discover now